Obama, el deudor solitario
La política exterior de Estados Unidos ha sido tradicionalmente hegemónica, reaccionaria y paranoica; es natural, es lo que se espera de los imperios. (Aclaro que ser un imperio no es malo, salvo para las periferias ocupadas, dominadas o influenciadas; para las naciones dominantes es bueno, es conveniente, es lo que hay; cada quien juega las cartas que tiene en la mano).
La tozudez y la inmoralidad con la que los gobiernos norteamericanos, desde Eisenhower hasta G.W Bush, han abordado o se han rehusado a abordar el embargo a Cuba, no es, pues, un asunto que sorprenda. La sorpresa verdadera está en que, luego de 50 años de posturas inamovibles, que rayan en el fanatismo cuando niegan las dinámicas históricas, un presidente de esa nación dominante tome la decisión de dar el primer paso para acabar con esa medida tan injusta e ineficaz. Y Obama lo hizo a solas, en contra del sentir generalizado del Congreso, en contra de la tradición diplomática de su país y en contra, me temo, de la opinión pública interna, la cual es muy volátil, muy ingenua y muy poco formada.
Los alcances de esta decisión no se conocerán de inmediato; las posibilidades de que el Congreso, en su mayoría republicano, no apruebe el levantamiento total del bloqueo son altas. Mientras escribo estas líneas, comienzan a pronunciarse, criticando la iniciativa presidencial, senadores y representantes, republicanos y demócratas, en un tono parecido al de los indignados de la Pequeña Habana. Esas voces son una muestra más de que la supervivencia de los imperios se basa en el miedo: miedo a la ideología antagónica, miedo a la resurrección de enemigos perdidos en el tiempo, miedo a la dignidad del vencido, miedo al equilibrio, miedo a la justicia, miedo a la quietud. Paradójicamente, son esas mismas cosas que alimentan el temor de los poderosos, las que terminan imponiéndose cuando inexorablemente la historia hace su trabajo.
El presidente Obama, quien increíblemente (ya lo escribí en este espacio) es un hombre de centro que gobierna una nación que casi no conoce esa palabra, sabe que la posición de Estados Unidos en materia de política exterior ha sido, por años, errática y vergonzante; sabe que el mundo ya no funciona como solía hacerlo en 1962, cuando el embargo fue total; sabe que la Guerra Fría y la Unión Soviética ya no existen; sabe que Cuba no tiene la influencia ni los recursos de otras épocas como para patrocinar y financiar redes terroristas internacionales; sabe que el embargo, después de medio siglo, no ha servido más que para empobrecer y aislar del mundo a todo un pueblo, no a un régimen desafiante y autoritario, no a un dinosaurio barbudo, sino a 11 millones de personas; sabe que él representa al imperio y que, aunque su país tiene derecho a jugar con sus cartas, en ocasiones es necesario saldar algunas deudas (las que se puedan).
Cuba es una vieja deuda norteamericana, acuñada con terquedad y fundamentalismo, que ahora un presidente solitario pretende comenzar a saldar, no solo con el pueblo caribeño que vive a 90 millas de su casa, sino con su conciencia de ciudadano decente, resentida cada vez que se viste con el traje del hombre más poderoso de la tierra.
Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
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