No hay olvido
Sé que una cosa no hay. Es el olvido;/Sé que en la eternidad perdura y arde/lo mucho y lo precioso que he perdido:/Esa fragua, esa luna y esa tarde.” Son las palabras de un Borges que, envejeciendo, describiría en ‘Ewigkeit’ (Eternidad) su percepción de memoria e inmortalidad, una manera magistral de lidiar con esa quimera que es el tiempo. Sólo en ciertas ocasiones en que la genialidad abre fisuras milagrosas nos es dado a los humanos comprender tempranamente que la vida es un viaje pausado hacia la muerte; “esa fragua, esa luna y esa tarde” son memoria, son palabras que retornan con los años con nuevos significados. La juventud es el tiempo de los haberes y los haceres, y –todos lo hemos experimentado– el impulso vital propio de esa etapa está poblado de ilusiones que postergan los finales, por tanto eternidad y permanencia son cosas que descubren la adultez y la conciencia de las pérdidas. De ahí que, cuando el arrume de recuerdos que almacena la memoria comienza a depositarse en el sitio destinado a los proyectos, estamos envejeciendo. La urgencia de volver a tiempos idos, la obstinada negación a los cambios que van surgiendo, la disminución del asombro, el terror a lo fortuito y la escasez de creatividad, son algunos de los síntomas que nos van internando en apartados rincones de la sociedad. Son señales inminentes de que perdemos el vínculo con la vida e iniciamos el preludio de la muerte.
Quizá una comparación entre el síndrome senil de los humanos y la dinámica de una urbe pudiera darnos una luz sobre ciertas cosas que ocurren en Barranquilla, una ciudad que, a pesar de que se encuentra en su temprana juventud, posee un impulso vital semejante al de una anciana; tal parece que sus habitantes no tuviéramos la pujanza que resulta indispensable para el desarrollo de todo organismo vivo. Aunque la memoria urbana es el andamiaje que sostiene a una sociedad, los barranquilleros hemos tenido con ella una relación ambivalente: por un lado destruimos sin clemencia todo lo que huela a viejo, y por el otro, encadenados a un pasado provisto de una nobleza imaginaria, objetamos todo aquello que huela a renovación. La urgencia de volver a tiempos idos, la obstinada negación ante los cambios, la pérdida del asombro, el terror a lo fortuito y la escasez de creatividad obstruyen constantemente el desarrollo de la ciudad.
Tal vez por esta razón la propuesta de la Fundación Carnaval de Barranquilla y el Club Rotario para desarrollar ciertos escenarios que servirían al Carnaval de Barranquilla, ha generado polémica. En torno al proyecto de parque, que por lógicos motivos no puede llevar el nombre con que la memoria urbana lo registra –El Batallón-, se plantea la construcción de un cumbiódromo integrado al desarrollo urbanístico del área, sin dejar de contemplar soluciones viales que ya son impostergables. No tardó la resistencia, el miedo a lo nuevo y la crítica impertinente, en armar la habitual algarabía. No hay olvido. Pero hay que dejar de torpedear los proyectos comunitarios y refundar nuevos espacios sobre aquellos que eterniza la memoria colectiva. Espacios para soñar, que es una forma de estar vivo.
Correo: berthicaramos@gmail.com
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