El Heraldo

Niños

De repente el mundo parece desmoronarse. Extremistas sirios de oposición al gobierno filman cómo decapitan a un niño palestino de apenas 12 años. Miran hacia la cámara disfrutando su osadía. El rostro del pequeño refleja miedo. Su sufrimiento y la impotencia del mundo que observa las imágenes hace pensar que la muerte, la maldita muerte, lo convirtió en ángel y que ahora está feliz, en algún lugar, flotando su alma buena. Inventamos consuelos para lo inconsolable.

En Cartagena, un padre cualquiera, una madrugada de festejos religiosos populares, decide asfixiar a sus hijos de 3 y 10 años. Para vengarse de su exmujer, los asesinó. La gente se pregunta a cuál de los dos mató primero, si alguien acaso pudo ayudarlos, si antes de irse los niños se dieron cuenta de que la muerte tenía el rostro de su padre. Era de madrugada, pero afuera, en las calles, sonaba la música, había gente y licor, y había altares a una virgen que cargaba a su hijo.

En Niza, una masacre es perpetrada por el conductor de un camión que embistió a una multitud. Las formas del terror hicieron pensar que no se está seguro en ningún lado, que cualquiera objeto cotidiano es un arma contra la humanidad. Una dantesca escena de cuerpos por todos lados, de sangre, de sufrimiento. De todas las imágenes de dolor había una, una en especial, que describía con precisión la inocencia de las víctimas. Un cuerpo de una niña, arropado con un plástico negro, y a su lado, muerto con ella también, vuelto cadáver también, un pequeño muñeco, un bebé, de vestido rosa.

Un ataque aéreo en Siria, comandado por Estados Unidos y su coalición, dejó 60 víctimas mortales. La prensa tituló “Desgarradoras imágenes del bombardeo”, pero había una en particular que, como en Niza, parecía narrar la dimensión de los nefastos acontecimientos. Una mujer con el rostro hacia arriba, de cara al cielo, como buscando a un dios que desde hace rato la tiene abandonada. Un polvillo blanco cubre todo su cuerpo. Con su brazo derecho carga a un pequeño niño de unos dos años de edad que mira fijamente a la cámara que lo retrata. En el brazo izquierdo lleva a un bebé, un recién nacido, envuelto en una manta blanca, parece muerto. La expresión de sufrimiento de la mujer lo confirma.

Dicen que el atacante en el centro comercial de Múnich era apenas un chico de 18 años. Entre sus víctimas también hubo niños. Aquel lugar común que dice “Los niños son el futuro” queda sin fuerza alguna. No lo son. Tampoco son el presente. La avidez de la violencia, en todas sus formas, hoy y siempre los ha devorado. Bajo sus camas sí hay monstruos. Sí son peligrosas todas las puertas de todos los armarios. Sí son perseguidos por brujas y demonios. Cuando mi hijo Gael empiece a sentir esos miedos tendré que mentirle. Tendré que asegurarle que los espantos no existen. Pero existen, existirán todos los días de su vida y los niños –niños y niñas– seguirán siendo acechados por mucho tiempo.

javierortizcass@yahoo.com
 

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