Murmullos
Cada vez que Ernesto Samper sale en alguna parte a hablar de alguna cosa se escuchan murmullos; antes se oían gritos, pero sabemos que los murmullos son las astillas que el tiempo nos deja después de las algarabías de la indignación. Ese resoplido perezoso es lo que queda de la reacción pública producida por el escándalo que comprometió seriamente la legitimidad del gobierno del actual secretario General de Unasur por cuenta de los dineros de la mafia que financiaron su campaña a la Presidencia.
De ese episodio, vergonzoso como pocos en un país repleto de episodios que dan vergüenza, sobreviven el estupor y la desconfianza; el primero es una de nuestras hipocresías colectivas de siempre (estas bocas abiertas que de tanto en vez exhibimos para apartarnos de los culpables), y la segunda, una sensación que tiene que ver explícitamente con la reacción del entonces primer mandatario ante los hechos que se fueron descubriendo, y que no tiene nada que ver con que la entrada de esos dineros a las arcas de la campaña fuera o no conocida y autorizada por él. No es confiable un líder que no asume la responsabilidad integral de lo que hacen sus subordinados, no fue decente que se lavara las manos y se saliera del problema diciendo que los demás eran los culpables, no fue presentable que se aferrase a los tecnicismos penales para sacarle el cuerpo a la responsabilidad política subyacente en un hecho tan grave, no fue digno de un jefe de Estado su comportamiento cobardón y justificador. El país –en particular las millones de personas que lo eligieron– hubiera admirado para siempre un acto de grandeza suyo, en el cual se declarara inocente (pedirle que aceptara su responsabilidad penal ya sería demasiado), pero asumiendo el costo político que conllevaba semejante asunto, renunciando al cargo para proteger los intereses fundamentales colectivos y la dignidad de la Nación. Eso no ocurrió. Y la alocución presidencial de entonces (una de las peores de la historia) fue un lloriqueo mendaz, repleto de excusas rebuscadas y de traiciones públicas a sus amigos.
Es sabido que confiar en un político resulta una insensatez mayor, pero confiar en uno que se comporta como un traidor y como un cobarde, sobre todo en un tema tan sensible para el país, que ha causado tanto dolor y tanta muerte, no tendría la más mínima justificación. Para Samper, las consecuencias del proceso 8000 no han sido duras: fue declarado inocente en el proceso penal (a pesar de las acusaciones directas de los implicados que sí pagaron cárcel), terminó su mandato en silencio pero sin mayores sobresaltos, continuó hablando a veces de cositas relacionadas con el país, siempre en medio de alusiones acerca de elefantes, y hace poco fue nombrado como Secretario General de esa suerte de colcha de retazos, que sirve poco más que para poco, que es Unasur. Ese nombramiento, lagarteado por el mismo expresidente, no ha hecho sino contribuir al recelo con el que se asumen los comportamientos de Samper; todo en él resulta sospechoso, como si el deseo de satisfacción de apetitos turbios que se esconde en cada acción de los políticos, fuera en él más evidente, más malévolo. Ahora mismo, balbucea palabras incoherentes y escondidas detrás de comunicados y tuis, respecto de la crisis en la frontera colombo-venezolana; a nadie le importa en realidad ese tema, ni Unasur, ni lo que diga sobre eso el indigno expresidente. Solo resultan ciertos los murmullos, esas astillas de gritería que no cesan cuando Ernesto Samper sale en alguna parte a hablar de alguna cosa.
Jorgei13@hotmail.com
@desdeelfrio
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