El Heraldo

Mujeres

“La primera bofetada en público, quién me lo iba a decir. ¿Qué había pasado por mi cabeza para que hasta ese instante yo diera por asegurado que nunca se atrevería a pegarme delante de otras personas?”. Así comienza Ponte en mi lugar, la decisión de una mujer maltratada, un libro que, a propósito del Día Contra el Maltrato Femenino y como una manera de invitar a las víctimas a no callar su tragedia, reseñó El País esta semana. El libro se riega en detalles sobre todas las veces, a lo largo de diez años (fíjese que lo que le preocupaba era que los golpes los recibía en público), esta “señora con estudios superiores, buen porte y las cosas claras” fue “humillada y ultrajada por su expareja”. El diario dice de la autora, Olivia Roca, que es “una mujer valiente y un ejemplo para otras que han padecido igual”. Pero Olivia Roca no es Olivia Roca: es un seudónimo. Al parecer, la escritora no es tan “roca”.

Hace unos años, sucedió un caso similar en Barranquilla cuando un hijo del Country Club destrozó a puñetazos el rostro de su mujer. En lugar de denunciarlo, ella calló. Todo se supo por la “imprudencia” de una tía. A pesar del escándalo, tan pronto la señora abandonó la clínica volvió a encamarse con él. Años después el matrimonio terminó, pero en el imaginario popular ya se había enquistado el ejemplo de que toda mujer debe hacer lo mismo porque, como enfatiza una amiga, “Fue el marido que le tocó”. Para colmo, la señora se convirtió en paradigma de sumisión, y ahora, muchas otras mujeres golpeadas justifican su propia sumisión repitiendo aquel ejemplo, con lo que de paso hacen catarsis de su propia culpa por callar. Si esto es así, ¿por qué diablos, cuando estos hechos suceden, los reflectores apuntan solo a los hombres?

Entre tantos artículos publicados esta semana en contra del maltrato a la mujer, todos igual de demagógicos, el hombre aparece como el único y gran verdugo. De tanto repetir que la mujer no debe tocarse ni con el pétalo de una rosa, lo cual es cierto, evitan profundizar en el problema. No mintamos: el origen de este tipo de violencia está en la mujer. Es ella quien, a través de su ejemplo y educación, perpetúa un machismo del que también es víctima. Por supuesto, así como la violencia no se justifica en ningún caso, en esto del maltrato hay casos de casos y no se puede generalizar. Pero generalizar que el hombre es violento solo por ser hombre es infame, peligroso y banal. Para colmo, el afán de culparlo solo a él no solo no soluciona el problema, sino que lo profundiza, pues la mujer sigue creyendo que la educación machista que perpetúa es la correcta.

Desde el inicio, en este debate ha faltado autocrítica femenina. Olivia Roca aceptó durante diez años los golpes de su marido y la señora barranquillera regresó con el suyo. Si ellas, como millones más, de veras están en contra del machismo y, de paso, de la violencia que el machismo conlleva, ¿por qué vuelven al lado del maltratador? ¿Por qué siguen aceptando la violencia del hombre, tanto física como sicológica? ¿Por qué, en fin, siguen educando a sus hijos en el machismo?

Qué pena llevar la contraria, pero en este debate las culpas son de parte y parte.

@sanchezbaute

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