Migrantes
Nunca fuimos un país receptor de grandes oleadas migratorias. Desde el siglo XIX vendimos el territorio como la tierra prometida. Barríamos la casa, lavábamos sábanas y cortinas, prendíamos incienso y cubríamos con ceniza los muertos de la guerra para disimular el hedor, inventábamos generosas legislaciones para atraer inmigrantes, pero nadie venía o los que venían no nos gustaban. No contribuían a la regeneración de la nación.
Pasó con las primeras migraciones de sirio libaneses, a los que paradójicamente bautizamos con la nacionalidad del verdugo que venía estampado en sus pasaportes: turcos. Tampoco queríamos a los negros que venían de Jamaica. La letra original de la canción La gota fría decía: “que cultura va a tener un negro yumeca como Lorenzo Morales”. Para los que nunca se fijaron, Lorenzo era un negro de Guacoche, Cesar, no un indio.
El 6 de octubre de 1910, el cónsul de Colombia en Kingston le escribió al jefe de Resguardos de Santa Marta, preocupado porque la United Fruit Company estaba fomentando la migración de jamaicanos como obreros para los cultivos de banano del Magdalena. “Esta migración es la que menos le conviene a nuestro país, por componerla gentes de pésimas costumbres”, decía. Y remataba la carta con meridiana blancura: “Es verdad que nuestro país necesita de inmigración, pero de gente sana, blanca, de buenos hábitos, que se establezcan en el país con sus familiares”.
El jefe de Resguardos tomó nota, y dijo lo predecible: “Para café tinto y con leche ya aquí tenemos en cantidad suficiente y no necesitamos más”. Dijo también que había que incrementar las medidas de vigilancia y sanidad que impidieran “la inmigración de negros, raza inconveniente y de pésimas costumbres, y quien sabe qué más”.
Hace un par de días leí una noticia en un periódico nacional sobre la migración de una importante cantidad de haitianos a territorio colombiano. Entran al país con el objetivo de cruzar la frontera con Panamá, atravesar Centroamérica, llegar a México, y desde allí pasar hacia los Estados Unidos. Mentiría si digo que la nota de prensa utiliza un lenguaje racista, sin embargo hay algo de incomodidad. La mayoría de los haitianos que entran a Colombia lo hacen por Ecuador, un país que tiene una política más clara que la nuestra para recibir inmigrantes pobres. Si uno lee con atención la nota, en algunos momentos se insinúa que la culpa de la “incómoda” migración haitiana a Colombia es de Ecuador por ser permisivo con los migrantes.
En realidad lo que hay detrás es un acumulado histórico de miedos y prejuicios. Desde que realizó una revolución sustentada en principios políticos modernos, liderada por gente negra, Haití instaló el miedo en América. A los esclavizados que venían de allí las autoridades virreinales de Cartagena no los querían. Los llamaban afrancesados, y se les acusaba de traer consigo el germen de la revolución.
No somos un país receptor de grandes oleadas migratorias. Y algunos de los que llegan siguen sin gustarnos.
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