El Heraldo

Mi hijo no va a la guerra

Mi hijo, Juan Sebastián, no irá a la guerra. Eso al menos espero yo. No por apátrida, no por cobarde. Y de ninguna manera porque sea remiso. Es que ningún joven, hombre o mujer, debe ir a la guerra. Y sobre todo porque ni él ni yo queremos que le quite la vida a alguien que ni siquiera conoce, por razones que nunca serán válidas. O que antes de un combate nunca había visto. Y mucho menos que vaya y no regrese. Tampoco irá a la guerra Diego, ese hijo que el destino me dio.

Ambos, en este momento cursan último grado de secundaria, aspiran a ingresar pronto a la universidad, tomar una carrera que llene sus expectativas y que sea acorde con sus talentos. Tendrán calzado, ropa, alimentación y útiles. Harán deporte y ocio y no tendrán que trabajar para estudiar, pero otros jóvenes no podrán hacerlo. Sus vidas están trazadas de distinta forma. Tendrán que ir a la guerra porque los obliga el Estado o la guerrilla, o porque no tienen otra opción de vida. Y será esa la alternativa para sobrevivir, exponiendo el pellejo y defendiendo a quienes no mandan a sus hijos al combate.

Todo esto viene a que los seis días transcurridos entre el 2 y el 6 de octubre han sido unos de los más vibrantes de nuestra historia contemporánea. Desde el triunfo del No, con engaños y patrañas, hasta el Nobel de Paz. Pero ha sido el primer hecho el que nos tiene en esta incertidumbre que nos puede regresar al horror de un país en conflicto armado permanente.

Es increíble que a estas alturas todavía haya que aclarar que el Acuerdo Final no es un acto de miedo ante la subversión, y mucho menos de complicidad con quienes están por fuera del establecimiento. Ese Acuerdo Final ha sido la forma de lograr acercamientos entre dos fuerzas encontradas para que haya paz.

Pero en Colombia, los señores de la guerra, y los egos de quienes hoy ostentan poderes de lo que en la formalidad se denomina oposición, acuden a trampas y a su popularidad para tergiversar y lograr pírricos triunfos que hoy tienen en limbo lo pactado.

Esta guerra fría en tablero de ajedrez que sufrimos los colombianos dispara aún más la esquizofrenia nacional. Rompe los esquemas de lo políticamente correcto y navega sobre el cinismo de poses de grandes señores y hábiles políticos. Es cierto, son hábiles. Han logrado enredar el tejido que demoró años construir y ahora no saben cómo apagar la conflagración que empezó como una hoguera encendida con leños de manipulación y en donde es posible que arda la carne de los hijos de otros. Nunca la de los suyos.

Es desvergonzado, por decir lo menos, quien crea en el simplismo de que con el No ganó un sector de la democracia colombiana. Que hay que hacer ajustes y que esos ajustes se demoran, tanto como para esperar la próxima elección presidencial en 2018.

Mientras tanto, y sin ser pesimistas, es posible que del limbo pasemos al purgatorio y en alto riesgo del infierno de la guerra, a la que no quiero que vayan Juan Sebastián, ni Diego, ni el hijo de ninguno. Incluyendo a los hijos de los señores de la guerra.    

humberme@yahoo.com

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