Mermelada y diplomacia
Colón y sus paisanos conquistaron el continente americano, fundando primero pueblos costeros. Luego, con la ambición de el Dorado remontaron ríos, escalaron montañas, atravesaron selvas inhóspitas y de pronto encontraron una meseta paradisíaca, donde el clima era benigno, la vegetación feraz y los mosquitos y el chikunguña casi inexistentes. Allí fundaron a Santa Fe de Bogotá.
Por otros lados, otros conquistadores hacían lo mismo buscando lo mismo. Llegaron adonde los Incas, fundaron Lima, conquistaron El Cuzco, Machu Picchu y encontraron mucho oro, que sirvió para mantener el poderío del imperio español. Llevar esos tesoros a España era empresa difícil. Desde ese entonces la ruta era Lima-Panamá-España, y el tramo por tierra Pacífico-Atlántico era a lomo de mula utilizando, cuando se podía, el río Chagres, determinando la importancia intrínseca del territorio istmeño.
Pasaron los años, los granadinos se emanciparon de la ‘madre patria’ y los gobiernos interioranos no apreciaron la significación estratégica del departamento de Panamá y, con la excusa de que allí solo había mosquitos y malaria, permitieron que nos lo ‘compraran’ por unos cuantos dólares, mientras el ilustre presidente poeta del momento pulía los versos de “La Perrilla” para gloria de la literatura mundial.
Los antes colombianos, ahora panameños independientes, empezaron a recibir los beneficios de la construcción del canal y, gracias a un buen acuerdo, cedieron a los gringos la operación de esa obra que revolucionó el transporte marítimo mundial. Panamá recobró el canal, está terminando una gran ampliación, y los frutos recibidos desde su inauguración lo han convertido en un centro financiero internacional de envergadura. El auge de la ciudad ha atraído inmigraciones de diversos orígenes y el desarrollo de otros sectores de la economía es evidente.
Con la altivez y soberbia que hoy conservan muchos funcionarios públicos de la paramuna capital, se atrevieron a hacerle exigencias a Panamá pretendiendo rendición de cuentas como si fuera todavía un departamento olvidado como el Chocó o Putumayo, primero amenazaron, y luego –y hasta ahora–, les tocó recular. Panamá no es ni por ahí el pequeño istmo sumiso que unía las Américas y separaba el tráfico comercial del mundo. Es hoy un pujante país en crecimiento que inició operaciones como centro bancario y puerto libre que, con autonomía, independencia y capacidad económica, crece a un ritmo vertiginoso apoyado por muchísimos colombianos que viven y trabajan honestamente.
Acusar a Panamá de ser un paraíso fiscal para exigirle la entrega de información confidencial buscando aumentar el recaudo de impuestos es un irrespeto que refleja la extraña y errática internacionalización que adelanta nuestro Gobierno, aquí das palo e insultas esperando apoyo, mientras que en la otra frontera aceptamos genuflexos ofensas y atropellos a cambio de nada. Cualquiera entiende que cuando hay votaciones abiertas de por medio, lo menos que tienen que hacer los convocantes es conocer la ‘intención de voto’ de los electores. El proselitismo decente, la política de persuasión razonable y, sobre todo, las cartas sobre la mesa para generar confianza son requisitos indispensables para, democráticamente, obtener el apoyo de las mayorías. La semana pasada la Cancillería panameña se quedó esperando una llamada de su par colombiano. Así no se puede.
fernandoarteta@gmail.com
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