Matoneo cibernético
Ha dicho el papa: “El chismoso es un terrorista: lanza una bomba, destruye y se marcha”. Hace poco cerré esta columna preguntando “¿Quién devuelve el buen nombre y la honra cuando los medios y las redes sociales la han pisoteado?” Esta semana se viralizó una conferencia de Mónica Lewinsky contando cómo se convirtió en la primera persona humillada públicamente a escala mundial. (https://www.youtube. com/watch? t=834&v=LTUPyWW8cu8) “En 1998 perdí mi reputación y mi dignidad, y casi pierdo la vida por un error: enamorarme de mi jefe”. Antes de ella las noticias sólo se informaban por prensa, radio o televisión. Con Mónica, la era digital inauguró un mundo que pertenecía a la ficción: una red invisible que conecta a todo el mundo y un mundo virtual en el que nos camuflamos detrás de una pantalla para apedrear a cualquier cristiano expulsado a los leones.
“Tenía 22 años y era una chica inmadura. La humillación pública fue insoportable. La vida misma se volvió insoportable”, afirma la exbecaria. “Ese juicio apresurado por la tecnología llevó a multitudes virtuales a lapidarme. Ponían fotos mías por todos lados con tal de vender periódicos y mantener a la gente viendo televisión”. No fueron pocos los medios que se enriquecieron con ella, masacrándola por inmoral cuando en realidad tan sólo perseguían el dinero que ella les generaba.
Escuchándola hablar con su vestido oscuro, su melena perfectamente peinada y un maquillaje sobrio para evitar seguir siendo juzgada por una sociedad puritana, se advierte que detrás de sus chistes flojos, de su risa tímida y su aparente autoconfianza, 16 años después de convertirse en la mujer de la felación, Mónica Lewinsky no es más que un gorrioncito empapado buscando desesperadamente cobijo.
El matoneo permanece incólume. Las burlas, los gritos, los rechazos, las humillaciones no logran cicatrizar. “La humillación es una emoción que se siente con más intensidad que la felicidad o la ira”, afirma la primera víctima de acoso cibernético. Así haya sido padecido por breve tiempo, se incrusta para siempre en la memoria. Superarlo es asunto de valientes. “¿Quién puede recordar lo que dijo hace un año?” interroga Lewinsky a sus espectadores sabiendo que la pregunta es otra: “¿Quién olvida el odio que le escupieron hace un año?”.
Los chismes de pueblo ya no se escuchan en las iglesias. Para calumniar o dañar una honra bastan un clic y una pantalla: el mundo en línea se encarga del resto. “El paisaje se ha poblado con muchos otros casos como el mío. Sea o no que alguien en realidad cometa un error, ahora abarca tanto a personas públicas como privadas”. Lo que muchos no sospechan es que, tarde o temprano, el búmeran se devuelve en contra, pues, con frecuencia, quien ha sido matoneado no olvida matonear: “Para que sientan el mismo odio”, se justifican.
Por eso uno ve por ahí caminando como zombis, cabizbajos, escondiendo los ojos de las miradas ajenas, a tantos que –por tratar de ser ellos mismos, por injusticia o por política, por error propio o ajeno– algún día enfrentaron la tiranía del matoneo y, a pesar del paso del tiempo, nunca han logrado superar el apedreamiento.
@sanchezbaute
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