Los transportes escolares
Los acontecimientos relacionados con la firma del acuerdo de paz han opacado una terrible noticia, la muerte de una niña de cuatro años dentro de un vehículo de transporte escolar en Cartagena en circunstancias confusas y quizá evitables. Es comprensible que la finalización de uno de nuestros larguísimos conflictos relegara a un segundo plano esta tragedia, pero precisamente por eso considero que es válido mencionarla en este espacio, para llamar la atención sobre cómo en muchas ocasiones, más de las que quisiéramos, dejamos a nuestros niños a merced del azar y la suerte.
Es paradójico. En muchos casos apelamos a la importancia que tienen los niños para justificar decisiones y líneas de acción, inclusive políticas públicas y leyes. Se suele expresar con algo de histrionismo que los niños son lo más importante, que son sagrados, que nuestro deber más fundamental es velar por ellos, que son el futuro. Todo suena muy bonito y noble, pero no siempre nuestros actos respaldan lo que predicamos con tanta convicción. De hecho en ocasiones da la impresión de que nuestros esfuerzos procuraran precisamente lo contrario.
Hay muchísimos ejemplos de nuestra negligencia, bebés que se mueren de hambre, menores que crecen en un entorno inadecuado y sin condiciones apropiadas para llevar una vida digna, niños que no cuentan con educación alguna, padres que se reproducen solo para generar sufrimiento y miseria, maltratos, abusos, crueldad; el prontuario es largo. Sin embargo, y entendiendo el horror que supone la noticia que he mencionado, merece un comentario puntual la anarquía que abunda en la prestación del transporte escolar en nuestro país.
A pesar de la existencia de una normativa sobre el transporte escolar, lo cierto es que no parece haber un control efectivo sobre la prestación de este servicio, con lo cual todas las exigencias consignadas en la ley no pasan de ser una lista de buenas intenciones. Basta con asomarse a cualquier esquina para ver pasar toda clase de vehículos que se denominan “escolares”, pero que evidentemente solo cuentan con dudosas adaptaciones. También es común observar la violación de las normas de tránsito por parte de quienes conducen estos transportes, consistente con la poca educación que en general exhiben los colombianos al volante. En eso no hay sorpresas, lo que sucede es que uno esperaría un filtro más efectivo para quienes tienen a su cargo transportar niños.
Lo que más me asombra es que la ley exige que en todos estos vehículos vaya un adulto acompañante quien, cito: “deberá conocer el funcionamiento de los mecanismos de seguridad del vehículo y de primeros auxilios.” Me pregunto ¿dónde estaba este adulto acompañante durante el suceso que aconteció en Cartagena? y si estaba allí ¿con qué seriedad se tomaba su función si no fue capaz de detectar que uno de los niños estaba en problemas que derivaron en su fallecimiento? Preguntas que deben tener respuesta, y que no deben pasar a engrosar la inmensa lista de asuntos sin resolver en este país. Por el bien de nuestros niños.
moreno.slagter@yahoo.com
@Moreno_Slagter
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