El Heraldo

Los inflados

El mundo es un casino y el fútbol una de sus mesas de juego más complejas. Como jugador, James Rodríguez “vale” hoy 80 millones de euros, cuando antes del Mundial “costaba” 45. Por Falcao dieron hace un año 60 millones de euros, pero tras su lesión y larga inactividad se calcula ahora su “valor” en 25.

Los contrastes son marcadísimos y, aún entre triunfadores, las distancias resultan enormes. El cuñado de James, David Ospina, por ejemplo, fue “vendido” al Arsenal por 4 millones de euros. ¿Solo 4? En el contexto de bolsa financiera que estos muchachos habitan es imposible no comparar. Imagínense el clima “igualitario” que puede reinar en un equipo en el que solo uno o dos jugadores son superestrellas, con ingresos archimillonarios.

Eso explica por qué Messi o Cristiano Ronaldo imponen condiciones, estrategias y alineaciones a su técnico de turno y por qué le exigen que aplique la formación y llame a los compañeros que mejor le sirven. De lo contrario, la estrella se apaga, no responde. Solo imaginen el sometimiento y el rencor que esta escala de valores, soterrada o manifiesta, puede fomentar en un equipo.

Pep Guardiola dijo alguna vez lo que todos sabemos que Messi le recalcó al técnico Alejandro Sabella en el último Mundial: “Messi es único e irrepetible. Hay que esperar que no se aburra y que el club pueda darle los jugadores para que él se sienta cómodo. Cuando es así, no falla. Si no juega bien es porque algo de su entorno no funciona, se debe intentar que mantenga la calma de su vida personal y esperar que el club sea lo suficientemente inteligente para fichar a los jugadores adecuados para rodearle”.

El Barcelona es un club al servicio de Messi. Dicen que, de vacaciones, el argentino regresa más tarde que el resto de jugadores y que, cuando lo ponen de suplente o algo no le gusta, desaparece un par de días de los entrenamientos y vuelve luego con cara de tragedia y sin hablarle a nadie.

En todos los partidos, Messi quiere hacer de todo, cobrar todos los tiros, meter todos los goles, romper marcas y registros. Nadie puede tener los mismos guayos que él, su modelo es único, hicieron sus zapatos y botaron el molde, una exigencia personal del jugador.

Los psicólogos afirman que tener menos de 30 años y muchos millones de euros en el banco es una combinación fatal que engorda el ego. La mayoría de estos jóvenes proceden de familias pobres y saltan de golpe a un pedestal que los obnubila con la fama, la pleitesía de la gente, las hermosas mujeres y los autos deportivos.

Los grandes jugadores de fútbol han sido siempre algo vanidosos, pero hoy en día son divos venerados como seres superiores, bajados del Olimpo. Por eso, buena parte de su vida transcurre en gimnasios y salones de belleza.

No somos pocos los que hacemos fuerza para que James Rodríguez conserve su humildad tradicional, el amor por el fútbol y no ingrese al club de los soberbios y engreídos líderes del fútbol mundial. Aunque, para muchos, es solo cuestión de tiempo. “Time is money” y money es lo que le sobra a estos tipos.

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