Como una gran parte de los líderes mundiales, especialmente en el ámbito político, el nuevo presidente de la Fifa, Gianni Infantino, va dejando señales de apreciar, como aquellos, la fórmula populista.
Lo primero que hizo fue organizar partidos al lado de grandes figuras del fútbol, en los que lo dejaban anotar algún gol, casi siempre de penal y con previas instrucciones al arquero de turno para que se quedara estático o se lanzara a un lado ya convenido, haciéndoles creer a esos exfutbolistas y al resto de seguidores del fútbol que él es uno de ellos, que su pedestal es apenas una obligación organizativa, pero él es de la cancha, que está en el fútbol para y por ellos. Que siente lo que han sentido ellos y por eso hará todo para mejorarlo, cueste lo que cueste.
La idea es crear la ilusión de que su campo de batalla será el campo de juego y no las oficinas, que esas están muy desprestigiadas porque se relacionan con el útero del cual nacieron los perversos amaños conocidos como Fifagate. Hasta decidió convertir a Diego Maradona, el más grande ídolo popular de los últimos tiempos, el mago del balón, un antiestablecimiento durante toda su brillante y azarosa carrera, casi que en el logo de su presidencia. Lo ha vuelto su compinche.
Quizá su medida tenga una dosis de justicia y reconocimiento a la gran figura de las canchas y una suerte de perdón al lenguaraz e incoherente fuera de ellas, pero lo más probable es que también tenga mucho de maniobra para unirse al enemigo, a ese que disparó, durante años, un arsenal de epítetos y acusaciones, incluido él, del cual dijo peyorativamente que su trabajo era ser especialista en descubrir las balotas, las frías y las calientes, en lo sorteos.
No hay duda, aliarse al más venerado futbolista de finales de siglo, darle acción en los quehaceres de Fifa, lo puede mostrar más cercano, más futbolero, más popular, buscando ser un poco menos ‘dirigente Fifa’, intentando suavizar la antipatía global que genera, hoy por hoy, tal función.
Pero la jugada maestra del señor Infantino acaba de suceder hace unos días: el campeonato Mundial de fútbol de 2026 se jugará con 48 seleccionados. Expuso, como gran razón para sustentar la propuesta, que producirá 1.000.000 millones de dólares más de ingresos a la Fifa.
Enhorabuena. También le servirá para ganar los votos de todos esos países, la mayoría mediocres en su fútbol, que tendrán más oportunidades de ir a un Mundial. El otrora exclusivo y distinguido escenario mundialista instrumentalizado para garantizar adhesiones politiqueras. Y seguro el fenómeno fútbol le dará la razón: en 2026 el mundo se concentrará alrededor de un balón. Aunque cada vez más se juegue peor en los mundiales.
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