¡Lo encarnizados que estamos!
Las redes sociales son un excelente medio para medir la temperatura del talante nacional y entre ellas Twitter es la escogida por los altos funcionarios, autoridades, políticos, pensadores, analistas y hasta el gato para dar a conocer su opinión, así esta pueda causar un cataclismo. En otras palabras, en esta red se dice en público lo que antes solo se comentaba en privado y esas frases, hechas noticia, son amplificadas por los medios tradicionales y saturan el universo de sus receptores con expresiones burdas en personajes públicos, que parecerían no tener conciencia de los efectos de sus sandeces, producto del ego que se les sube con la bilirrubina del poder, porque se creen el cargo mismo.
El flujo de información es tal que la ciudadanía colombiana –con independencia de su preferencia política, religiosa, sexual, étnica– está incendiada frente a la situación de cambio y la posibilidad de la paz, y muy encarnizada con quienes se oponen a sus creencias. Muchos de esos mensajes del mundo virtual no se emiten mensajes cuestionando el trabajo o la obra del individuo sino criticando sus emociones o restregando error por error en acusaciones sin fundamento legal. El manto de duda, la nube gris, siempre pende sobre todos y todo, que es otro de los aspectos que caracterizan al encarnizamiento: no se le cree a nadie ni se cree en nadie.
Somos intolerantes y, con demasiada frecuencia, cuando “aceptamos” la otredad, lo hacemos para encajar, para sumarnos a la mayoría del grupo de amigos y no porque desde el fondo del corazón nos estemos abriendo amorosos a ese otro ser como reflejo de nosotros. El miedo a lo desconocido y distinto es el gran propulsor del encarnizamiento al referirnos malamente a terceros, cuestionar a un funcionario, describir a quien nos ha molestado el ego, sabotear los cultos religiosos en nombre de la libertad, destrozar a quienes no nos gustan en el firmamento del jet set nacional sin la prueba en mano, cauterizar a los que se atreven a ser diferentes a nosotros y mil formas más de hacer más psicótica la relación con la ciudad, las autoridades, las instituciones, lo que nos define como una sociedad enferma.
Nos hemos reducido a “fulano dijo” y “zutano replicó”, nos hacemos parte de contiendas inútiles, de escaramuzas por desperdicios, conchas acústicas de la pequeñez de nuestro elegidos y nos dejamos pasar de nuevo el trapo rojo y el azul de la vieja guardia, aplaudimos pactos y alianzas mucho más terribles que lo que se conoce como aceptado por todos en Cuba, cuando en verdad deberíamos estar discutiendo, sin herirnos ni destrozarnos, sobre cómo implementar los puntos que han sido aprobados en La Habana, porque eso es lo único real y valedero que hay: lo que se produzca por fuera de esa mesa no será acatado por las partes. ¿Entonces, para qué coger lucha si, hasta con una firma, el ejecutivo puede aprobar el acuerdo y vale? Tontos que somos.
losalcas@hotmail.com
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