Llamados a ‘puyengue’
Todo resulta fugaz en el escenario noticioso de un país como Colombia. Debido a la excesiva ingesta de información a que estamos obligados, cuesta trabajo asimilar los acontecimientos cotidianos; y así, como si fueran sendos platos de un espeso sancocho, consumimos los tres golpes de eventos informativos que sirven los noticieros diariamente, atiborrándonos de tragedias, trivialidades, especulaciones y otros tantos ingredientes de difícil digestión.
En nuestra dieta se mezclan, entre otros, el secuestro, el presupuesto nacional, las diabluras de la Dian, las crisis carcelarias, las masacres, la turgencia de las reinas, la flacidez de los políticos, el invierno, la corrupción, el fútbol, el jet set, la reforma tributaria, la paz y la guerra. No hay tiempo de masticar, tampoco de saborear lo que comemos, así que tragamos entero y por tanto no es extraño que, además de muchos sapos, acabemos embuchándonos menjurjes abominables entre bocado y bocado. De igual forma devoramos, sin que acusemos recibo, alguno que otro pedazo que debía considerarse una delicia gastronómica.
Salió a la luz hace pocos días la Evaluación de Campañas al Senado de la República 2014 realizada por la ONU y Cifras y Conceptos, en que se revela que el costo promedio de cada campaña al Senado fue de 3.000 millones de pesos en plata contante y sonante. En ella se especifica que la menor inversión fue de 400 millones y la mayor fue de 12.000 millones, según arrojan las encuestas realizadas a participantes de la contienda electoral de marzo de 2014 donde fueron elegidos los 102 senadores que legislarán hasta el 2018. Si se tiene en cuenta que a agosto de 2013 un senador ganaba $24.054.342 mensuales, equivalentes a 38 salarios mínimos colombianos, eso quiere decir que de algún lado deben salir los casi 30.000 millones de pesos anuales que hay que pagar por su gestión.
Pero sucede que nuestros honorables parlamentarios, favorecidos por la falta de sanción hacia tales prácticas, han sido ausentistas por tradición; y si uno saca la cuenta de lo que aporta en calidad de contribuyente para sufragar a un empleado que se echa la leva cada vez que tiene reflujo gastroesofágico, reafirma que la callada resignación con que traga entero es parte de la cadena perniciosa. Por eso hay que degustar esas delicias que flotan de vez en cuando en el sancocho, para hacer de tales noticias una especie de compromiso juramentado. Es el caso de lo sucedido con el presidente del Senado José David Name cuando advirtió a los senadores que faltaron a una plenaria que descontará de sus salarios las ausencias sin justificación. Se dice que surgió la rebeldía, que en represalia los honorables senadores comenzaron a aplicar un plan tortuga. ¡Válgame Dios! Cuando se trata de apremiarlos a cumplir como lo que son, servidores públicos, con las responsabilidades que ello implica.
Más ahora, que la bancada del Centro Democrático ha comenzado a implantar un nuevo perfil de congresista disciplinado que tiene en aprietos a muchos. Ojalá que llamarlos a ‘puyengue’ no haya sido una alharaca discursiva del presidente del Senado, y que la sanción se haga efectiva.
berthicaramos@gmail.com
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