“El Estado Islámico debe ser destruido”. Es el eco que retumba de la reunión reciente entre los presidentes Obama y Hollande: aquiescencia y temor.   

El corazón del mundo, herido por los atentados de París, símbolo de la libertad y por los que han tenido lugar estas semanas, se estremece con el aviso del calentamiento global que ha dejado en los pasados 20 años más de 600 mil muertos, según las Naciones Unidas. No son días de vino ni de rosas. Pero sí de levantar la cabeza y seguir viviendo.

Los analistas buscan las raíces profundas del terror que se ha tomado el mundo. Y habría que remontarse al siglo XIX cuando entre los países europeos, con Inglaterra, Bélgica y Francia a la cabeza, comienza la carrera por el reparto y el dominio del filón de África del que se siguen beneficiando, y donde los europeos siempre eran los héroes, y los habitantes de las tierras descubiertas, los humillados, que han dado pie a rencores y odios, dejando en el camino riadas de refugiados. En el canal de CNN, un contertulio decía que en la situación actual, es urgente el entendimiento entre Estados Unidos, Francia y Rusia, sin discutir, por ahora, sobre Al Asad. Como ya, un día, hizo Estados Unidos.

Hoy, quisiera pedirle perdón a Ángela Merkel, porque un día yo pensé que no tenía su corazón de mujer, y ha demostrado ser la líder generosa, mujer al fin, ante los renuentes ex ciudadanos de la ex URSS y de los integrantes de la Comunidad Europea a los que les ha tocado en el corazón y la sesera, para que contribuyan a ayudar a que los refugiados de hoy sean mañana los integrantes del futuro promisorio y generoso que el mundo necesita para vivir en libertad, sin ira.