Leer el cuento
En Colombia no habrá paz si no se hace además una paz política donde no se persiga a la oposición”, dijo esta semana Catalina Serrano, esposa del exministro de Agricultura durante el gobierno de Álvaro Uribe, Andrés Felipe Arias, detenido en los Estados Unidos debido al pedido de extradición del Gobierno de Colombia en razón de la condena proferida en su contra por desvío a terceros de recursos públicos –el fondo supuestamente destinado a los campesinos conocido como Agro Ingreso Seguro–. Cuenta además la señora que intentan vivir la difícil circunstancia familiar como una aventura, por lo cual están escribiendo un libro que su hijo ha titulado El día que se llevaron a papá, y que el niño “ha hecho dibujitos de esto” (así, con diminutivo) como “una forma linda de vivir este momento tan difícil”. Como madre uno quizá podría entender que cualquier medida es válida a la hora de proteger a los seres que está criando, incluso maquillar la bochornosa realidad con una ficción que blinde la inocencia infantil de lo que pasa en este mundo puerco. Asimismo, como mujer uno podría aceptar que en razón del extravío que produce el amor y centra ese sentimiento en un objeto amoroso en lugar de considerarlo una facultad para articularse con el mundo, las actuaciones del ser amado pudieran tener carácter de actos heroicos. Pero hasta ahí; es posible que eso ocurra en el ámbito doméstico. Más allá de los límites de esa intimidad en la que los humanos tenemos derecho tanto a sacarnos los mocos, como a fabricar una primorosa versión de la vida que llevamos, es inadmisible teñir de intensos arreboles la negrura de los actos deshonrosos, menos aun cuando los organismos de justicia han determinado que existe culpabilidad. Por pudor, y por respeto, la defensa de un condenado no puede ser presentada a la sociedad como una historieta en la que el efecto enternecedor de los diminutivos contribuye a revestir de formas lindas los horrores que suceden en Colombia, tal como pretende hacerlo la esposa de Arias. Todos sabemos que por cuenta del Agro Ingreso Seguro buena parte del dinero destinado a los menos favorecidos fue a parar al bolsillo de más favorecidos por los vicios imperantes entre la clase política que dirige el país. La corrupción ha legitimado la impunidad y, de esa forma, tanto sindicados como condenados se recubren con frecuencia con un halo de bondad y de decencia al que llaman persecución a la oposición.
Pero los colombianos estamos cada vez más claros: en Colombia no habrá paz si no hay justicia, y no es posible la justicia en una sociedad confusa que ha desdibujado los límites entre lo correcto y lo incorrecto, la honestidad y la inmoralidad. No puede haber paz mientras los funcionarios públicos sigan contando el cuento a su manera, pero, sobre todo, mientras ciudadanos como usted, o como yo, no entendamos la urgencia de aprender a leerlo de otra.
berthicaramos@gmail.com
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