El Heraldo

¡Las reinas no son brutas!

Las reinas de belleza no son brutas. De hecho, ninguna persona lo es. Según el prestigioso psicólogo Howard Gardner, lo que tenemos, si se me permite el reduccionismo, son inteligencias mal evaluadas.

Algunas desarrollan competencias socio lingüísticas y son hábiles a la hora de escribir o echar discursos. Ahí podríamos encontrar a escritores, oradores, locutores. Con otras, los tenedores resuelven problemas algebraicos en el menor tiempo posible. Ahí está la inteligencia lógico-matemática.

Pero los inteligentes también pueden serlo por un dominio espléndido de las relaciones entre el hombre y la naturaleza (la naturalística); la capacidad para controlar y desplegar el pensamiento propio (intrapersonal) y la solvencia para influenciar en las masas con liderazgos intuitivos (interpersonal).

En la clasificación que hace Gardner también aparecen los genios que escuchan, cantan y tocan instrumentos (inteligencia musical),  los artistas que comprenden y proyectan el mundo a través de las ideas visuales (inteligencia espacial) y, claro, la habilidad para expresarse a través del cuerpo, como lo hacen deportistas y soberanas (cinestésica-corporal).

La inteligencia, pues, no es un ente unitario. Por tanto, tampoco tiene una sola forma de medición.

El problema de las reinas no son las reinas, sino quienes se inventaron la manera fastidiosa de medirlas.

Antes del consabido instante que todo el país espera, pasan por un proceso de selección y preparación física, tan agotador como el trote al que se someten durante los días en que muchos ojos se posarán sobre cada una de sus células.

En este último trance desfilan en balleneras, se aguantan el sol (o la lluvia) que cae sobre Cartagena, pelean con la chaperona, destapan sus cuerpos al morbo público, discuten con los estilistas de cabecera, se ajustan sus vestidos de canutillos y lentejuelas, se entrevistan con el jurado, promocionan productos patrocinadores, auspician las locuras de su madre en un reinado no hecho para ellas. A esas alturas, pues, están más que probadas. Pero el público espera solo el último momento en que deberán responder las preguntas, para comprobar su inteligencia. Obviamente, desde una perspectiva unitaria que es justamente la que Gardner condena.

Lo que dice el autor de las Inteligencias múltiples es que un sujeto puede ser dueño de una o más de ellas. Es decir: son incluyentes pero podrían ser también excluyentes.

Ya quisiera ver a la muy inteligente Florence Thomas –por ejemplo– poniéndose tacones de 25 centímetros y desfilando en traje de playa por una pasarela. O haciendo gala de un humor espléndido cuando la sonrisa blanca intenta esconde las frustraciones del último evento. O, ese mismo día a Julio Sánchez, metido en un vestido largo y escotado, tratando de controlar los nervios naturales de la competencia y respondiendo las preguntas que, en esa circunstancia, serán las más difíciles y complejas así el resto de la humanidad crea que son básicas y elementales.

Las preguntas, pues, son impertinentes. Las reinas de belleza, con lo que fueron y lo que hicieron, demostraron sus habilidades. Insistir en esto es seguir activando la vanidad de los buscadores de la estupidez, que aparecen durante la noche de coronación o un día después, para bañarse justamente en ella.

amartinez@uninorte.edu.co
@AlbertoMtinezM

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