Las caricaturas
Escribir sobre este tema de las caricaturas, aparentemente la más segura motivación de la barbarie de Francia, es bastante difícil. Bastante delicado. Inmensamente sensible. Es un asunto que tiene miles de opiniones pero no conceptos unánimes y que cada quien, a su manera y en sus circunstancias, interpreta dentro de una óptica particular que encierra sentimientos, emociones, estructura cultural y fe. Esto es quizás lo más complicado porque, si hay algo realmente bello en la vida, es la fe en las religiones y sus misterios, pero, igualmente, si hay algo pavorosamente terrible es una fe mal interpretada, fanática, ciega, acomodaticia a ese infierno que todo ser humano lleva dentro y que, cicateado, enardecido, vapuleado, humillado, suele ser el averno de los grandes horrores, como Dante lo describió en su clásica obra.
Nada en la vida puede conducir a justificar acciones terroristas como las perpetradas contra el semanario francés que acostumbraba satirizar a todo lo que se le atravesara. Porque esa es la otra cara de la moneda: la sátira, la burla, el escarnio, la humillación. Es, en consecuencia, la causa frente a un bastión de las libertades humanas, como es la libertad de expresión consagrada en todas las legislaciones democráticas del mundo. Por eso la gran pregunta es: ¿Hasta dónde puede llegar la ridiculización de las caricaturas, que son editoriales dibujados, sin tocar la honra, sin lastimar, sin humillar? Y por otro lado, ¿hasta dónde igualmente es permisible la protección de los derechos fundamentales, como la libertad de cultos, las creencias religiosas y la libertad para opinar?
Ninguna religión es criminal. Por lo menos las religiones consagradas en auténticos cultos y con tradiciones espirituales soportadas en auténticos principios dogmáticos y teológicos. No hablamos sobre las religiones fanáticas del Charles Mason del mundo que actúan como sectas satánicas. Pero todas las religiones son hermosas, en su refugio espiritual y principios. La musulmana es la suma de preceptos sobre las buenas costumbres, y el Corán, su libro sagrado, es un tratado de filosofía, de bondad y espiritualidad. Es ese fanatismo mezclado de revoltillos políticos lo que enciende los odios en ese horno de cruce de culturas que convierte todo aquello en un dispositivo de crímenes. Son gente esquizofrénica que cree ver en el terrorismo y la sangre cumplidos sus objetivos.
Queremos como columnistas seguir manteniendo la costumbre de tratar temas fundamentales, no en forma inmediata ni cuando suceden, sino dejando pasar días o semanas para permitir que las ideas se enfríen, se aquieten las pasiones, se decanten los acontecimientos y los tropicalismos no nos vuelvan ciegos. Hoy queremos hacer este pequeño análisis de ese cuadro de horror de París condenándolo hasta lo más profundo de nuestros sentimientos, pero haciéndonos la siguiente pregunta: ¿Hasta dónde se puede provocar a un loco? ¿Nos gustaría, por ejemplo, que a los católicos nos hicieran caricaturas grotescas, vulgares, humillantes, degradadas, depravadas de nuestro pontífice Francisco? ¿Cuántos locos, terroristas, criminales dormidos podrían aparecer de la noche a la mañana?
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