El Heraldo

La violencia acústica en el Caribe

La violencia acústica reina en la mayor parte de las ciudades capitales de nuestra región. No se trata tan solo del creciente ruido de aviones y vehículos terrestres en movimiento sobre un núcleo urbano sino de la expansión de eventos comerciales, musicales, políticos y hasta religiosos que apelan al ruido como fácil gancho de convocatoria pública. Muchas de esas  estrategias se ven facilitadas por el creciente desarrollo de la tecnología y la amplia oferta que permite adquirir en el mercado nuevos artefactos electrónicos capaces de reproducir altísimos niveles de volumen, poniendo en peligro la salud física y mental de los ciudadanos. A ello habría que añadirle que también hay prácticas culturales de amplio arraigo en nuestra región que toleran estos comportamientos. A la violencia ejercida por medio del sonido es a lo que se le llama violencia acústica, un problema social que afecta a nuestra región y que parece no estar en la agenda de las autoridades.

Aunque la violencia acústica tiene un amplio arraigo histórico en nuestra región, su propia dinámica ha permitido el surgimiento de nuevos personajes que las gentes llaman “alegradores”. Son seres nobles que se han impuesto la  altruista tarea de brindarnos alegría mediante el ruido que ellos identifican como música. Estos pueden ser estacionarios y móviles. Los estacionarios, más limitados en su generosidad solo perturban algunas viviendas o cuadras vecinas. Los móviles montan sobre sus vehículos costosos aparatos de sonido y sin disponer de ningún subsidio estatal sobre su actividad se dan a la tarea de inquietarnos o desvelarnos de manera más equitativa y democrática divulgando su estridente música por toda la ciudad.

Estos personajes, que en muchas ocasiones andan en grupos, no son conscientes de estar ejerciendo violencia, lo cual no implica que dicha violencia no exista. No se trata solo de la salud y la tranquilidad  de los vecinos y transeúntes sino del impacto negativo que ocasiona en la actividad hotelera, por ejemplo. Algunos establecimientos hoteleros pierden frecuentemente muchos huéspedes cuando los “alegradores” móviles o estacionarios actúan en sus cercanías.

Es necesario que las autoridades realicen acciones preventivas contra la violencia acústica. Este no es un problema menor ni se limita a pequeñas fricciones entre individuos. La educación es muy importante en este sentido con el fin de lograr una mayor conciencia ciudadana sobre este problema. Subestimado evidenciaría que marchamos hacia una sociedad acústicamente enferma y de lo que se trata es de erradicar ese tipo de violencia y buscar la paz: la paz sonora.

wilderguerra©gmail.com

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