Fulano de tal me ha escrito en Twitter que mis posturas políticas tienen el sabor de una mermelada comprada en las supertiendas Olímpica.

Se refiere, supongo, a mi deseo público de que Cartagena sea administrada por un alcalde honesto, que vea a la ciudad como un proyecto social y no como el negocio que la ha desangrado históricamente con el aval, inclusive, de muchos periodistas.

Entiendo que lo ofendan las posturas que no comulgan con las suyas, muy cercanas, vale decir, al candidato Quinto Guerra, pero por lo menos debería estar mejor informado del destino de la conserva de fruta cocida.

Le explico. Soy admirador del ingeniero Alejandro Char porque empezó el proceso de transformación que hoy ubica a Barranquilla como una de las ciudades más importantes de Colombia.

Lo mejor que le puede pasar a esta capital es que Alejandro gane, como lo muestran desde hace mucho rato las encuestas, porque de esta manera se consolidará un proceso que ha continuado, con notables aciertos y superlativos, la actual alcaldesa Elsa Noguera de la Espriella.

Para que lo tenga todavía más claro: ojalá Álex triunfe con una votación abrumadora el próximo 25 de octubre, porque así consolidará un liderazgo político que le está haciendo falta a nuestra Región Caribe, a fin de evitar que el Centro se siga burlando de ella, por ejemplo, con los devaneos de la tarifa del gas.

Pero, al margen de lo que puede estar pensando y haciendo Char en Cartagena como cabeza indiscutible de Cambio Radical en la Costa, creo que la opción más conveniente para la capital de Bolívar es Andrés Betancourt. Ya lo he dicho en otras columnas: su propuesta es la que mejor recoge la ilusión de una ciudad que tiene la necesidad apremiante de zanjar las diferencias sociales que han profundizado los mismos anteriores gobiernos con los mismos avales, y repensarse como lugar de desarrollo equitativo.

Pero, ¿sabe qué creo? Usted está leyendo mis columnas como si fuera su propio espejo. Y créalo: hay formas de hacer periodismo distintas de las únicas que usted conoce.

Me hizo acordar de una visita que hizo un amigo hace varios años a Portobelo, en Panamá, a propósito de un documental que estaba rodando.

En la plaza principal, protegido por las inmensas paredes blancas de la catedral, estaba el cristo negro que Ismael Rivera dijo haber escuchado en la canción El Nazareno.

Mi amigo se lo quedó observando fijamente, con su pelo de verdad y su piel prieta.

Entonces sintió su mirada dura. Un poco tosca. Y el historiador que estaba con él le dijo que, según una vieja tradición panameña, el Nazareno miraba según los pecados que los feligreses llevaran.

Mi amigo se arrodilló en el atrio de la iglesia y pidió perdón por cualquier falta que hubiera cometido. Y volvió a su encuentro. En ese momento vio en sus ojos una dulzura que jamás ha podido olvidar.

A usted puede estar pasándole lo mismo. Mi recomendación es que la próxima vez que decida acercarse a mis columnas, ore antes y se arrepienta de sus pecados periodísticos. Es probable que así no vea los supuestos míos.

amartinez@uninorte.edu.co - Twitter: @AlbertoMmtinezM.