El Heraldo

La maldición de los prejuicios

Pre-juzgar: juzgar antes de… Emitir un juicio sobre algo o alguien como quien lanza un escupitajo, para denigrarlo y destruirlo, sin pruebas o con ellas, eso es lo de menos: nada me da el derecho de decir que Fulano es esto o lo otro, con el sofisma de que estoy diciendo la verdad. ¿Qué es eso? El único fundamento del prejuicio son las infames programaciones culturales, las imágenes codificadas y culturalmente seguras, el estereotipo del deber ser: “Esto debe ser así, o está mal”.

Todo ello enmarcado en un discurso que aparece como socialmente sensato, aunque en nuestro caso es pura mentalidad de provincia feudal. No tuvimos un Mayo del 68, ni movimiento de liberación de la mujer, ni nos enfrentamos jamás como sociedad civil al Establecimiento.

Esgrimimos los prejuicios como armas letales para hacernos daño unos a otros, en un acto de deshonestidad del más abyecto fariseísmo, pues pretende pasar por alto que todos estamos hechos del mismo lodo. Usamos los prejuicios para la extorsión o la venganza, o porque sí, porque estoy aburrido o frustrado, lleno de odio, ira y resentimientos, porque me siento mal conmigo mismo y tengo que lanzarle mis escombros al primero que pase para sentirme un poquitín mejor, o debido a que no realicé ningún proyecto humano y me urge vivir a la sombra de un prestigio ajeno.

Prejuicios, han asesinado a tantos en su nombre, han crucificado, han quemado, han violado, han masacrado, han castrado, han discriminado, han excluido, antes con el apoyo de la Iglesia, católica o protestante, o de cualquier sistema de creencias,  budismo y taoísmo incluidos, hoy con un sustento pretendidamente científico, que reemplazó la palabra pecador por “enfermo”, un prejuicio por otro.

Puedes meditar cien horas y practicar yoga doscientas, pero nada de eso te va a liberar de ellos. Puedes leer a Ciorán o a Lao Tzu, exhibir empastadas las obras de Gabo, al lado de un afiche del Che y otro de Mercedes Sosa. Puedes ser asiduo de La Troja o posar de bacán y Caribe. Nada de eso te salva.  Se te suelta la lengua de repente y dices que Fulana es ‘perra’ y Perencejo es ‘marica’. Prejuicios. Hay que trabajar sobre ellos alma adentro, no en la “escenografía”.

La mente agrupa, clasifica, divide. De sus silogismos: premisa mayor, premisa menor y conclusión, nacen los prejuicios. La sensibilidad, en cambio, nos permite apreciar que este ser humano es hermoso, no importa si es diferente a mí en todo, que este atardecer de trémulo naranja es un espectáculo, que esa sombra tiene una relación amorosa con el muro y el grafiti.

Si gastáramos la décima parte del dinero, la energía y el tiempo que se le han gastado a los diálogos de Cuba en un proyecto educativo, simple, sin grandes palabras, que formara desde y para la sensibilidad y enseñara a todos, comenzando por uno mismo, a desmontar los discursos que son ropa de camuflaje de prejuicios, eso sí sería un proceso de paz. No lo van a hacer, claro, tendrían que desmontarse ellos mismos. Pero eso no nos exime ni a ti ni a mí, lector, de la tarea postergada por siglos: nuestra humanidad.

diegojosemarin@hotmail.com
 

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