La insoportable tiranía de los bellos
Nací en el seno de una familia que le rendía culto a la vanidad, un núcleo atómico efervescente con reacciones en cadena egótica, enrevesado en la trágica trama de un tejido socio cultural según el cual, después de tener billete, no había nada más importante en esta vida que ser bello.
En los sesentas, cuando era un niño, en la Barranquilla del Astral, Didí, Segovia, Segrera y Calixto Avena, del Mustang descapotado , los hot dogs con mostaza de Doña Crema y la “Vaca negra” del Doña Maruja, en materia de belleza masculina, no se hablaba sino de la pinta de Felixberto, tan parecido a John F. Kennedy. Me miraba en el espejo, yo, el más bajito de los varones, el único que no era rubio, y no me encontraba semejanza alguna con JFK ni con Felixberto, tampoco con mis hermanos, tan guapos ellos.
Parecía un indio, un chino, David Caradine en el papel de Kung Fu, cuando me elogiaban. Ergo, era feo. Un íntimo drama, por supuesto. De tal manera que, a los ocho desengaños, me di cuenta que era víctima de la tiranía de los bellos, tan Made in USA como los chicles Bazooca o la Coca Cola. Entonces me dieron ganas de amotinarme, de armar una revuelta como la de Espartaco, y aún no he cesado en el empeño. Los bellos nos oprimen, lector, y son una minoría.
Nadie habla de estos temas, así como nadie hablaba de lo monstruoso del espectáculo circense en tiempos de los romanos o de lo inhumano de la esclavitud de los negros en el Sur de los Estados Unidos, hace siglo y medio. Sin embargo, heridos y medio, ninguno de nosotros confiesa, Teresa, lo mucho que lo ha herido sentirse feo y rechazado por tan superfluos motivos. Pero, por complejitos como ese, te puede odiar el vecino maluco casado con una bella mujer.
Y hasta toman medidas jurídicas, por esas causas inconfesas, el Presidente o el alcalde de turno, nunca se sabe por dónde vendrá el balazo. Por lo general, el marido celoso es un tipo a quien el espejo le dice: “eres feo, no way, José”. Pero para los bellos es aún más cruel, pues saben, en el círculo infinito de los egos, que siempre habrá alguno más bonito que ellos que les va a ganar la partida de la vanidad, cuya corona de laureles es la horizontalidad. Oh, inefable geometría de la vana belleza que Euclides jamás contempló.
Como le faltó a la Declaración Universal de los Derechos Humanos manifestar expresamente que todos y cada uno de los seres humanos tenemos el sagrado derecho de ser feos, de estar gordos, canosos, arrugados o babosos. Que nadie nos puede ofender ni humillar por ninguna de esas causas. Pues, como descubrió Rudolf Clausius, en su Segunda Ley de la Termodinámica: “La entropía de un sistema aislado aumenta constantemente”.
De manera que Madame Baloons del supermercado, a quien sigue un pobre marido sumiso y babeante, que ha pagado todas tus cirugías, te tengo una mala noticia: tú eres un sistema aislado, como todos, y no tienes ningún derecho a decirle a tu amiga: “!Cómo estás de gorda! ¡Te ves inmunda!” Esa es una violación flagrante de los Derechos Humanos, ese es un delito de lesa humanidad que merece cárcel. Eres una delincuente. La Corte Suprema de Justicia debería manifestarse.
Ay, la insoportable tiranía de los bellos. Ni hablar de los vellos.
diegojosemarin@hotmail.com
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