La fiebre amarilla
Tengo la sincera y emocionada esperanza de que esta columna se esté leyendo en el epílogo de la euforia desatada por la confirmación de la presencia de la Selección Nacional en la fiesta mayor del fútbol, misma que el otro año se traduce al portugués y se baila a ritmo de samba. La conjunción de una generación brillante con un técnico que supo sacar lo mejor de ellos en los momentos justos habrá logrado dar fin a 16 años de espera con 3 frustraciones de por medio. No cabe duda que es un gran motivo para estar alegres; y hasta se vale acudir a la manida frase de “el país necesitaba este tipo de noticias”. La fiesta también es un cliché.
Como cliché se volvió lo de la “casa de la Selección”; frase convertida en sentimiento que, materializado gracias a una generosa oferta de exención tributaria, convirtió a la ciudad en anfitriona y beneficiaria de un enorme y millonario negocio. A falta de cifras concluyentes y que muy seguramente se publicarán en los próximos días, la presencia de la Selección en Barranquilla ha generado importantísimos réditos a agencias turísticas, hoteles, restaurantes, estaderos, transportadores terrestres y aéreos, vendedores de camisetas y souvenirs, centros comerciales, proveedores de servicios a medios de comunicación y, por supuesto, a los vendedores y/o revendedores de boletería. Se entiende que los impuestos asumidos por estas actividades compensan en parte o incluso podrían equipararse con los otorgados en exención; con el valor agregado de la generación de numerosos empleos directos e indirectos en los días previos y algunos posteriores a los partidos.
Con excepción de los abusos que genera la falta de regulación del tema de la reventa, nada de lo anterior tiene algo de malo. Este ha sido un negocio rentable para todos los involucrados. La Federación se va clasificada con las arcas llenas al tiempo que la actividad comercial de la ciudad se ve igualmente beneficiada por el turismo del balón. Todos contentos, o por lo menos, eso parece.
Y eso parece porque el discurso que en principio acompañó el cliché de “la casa” hablaba de brindarle la fiesta al hincha barranquillero en su estadio. Ninguna de las dos. La presencia de hinchas barranquilleros fue minoría en un estadio que se cedió gratis. La fiesta prometida tuvo como escenarios los estaderos y los llamados ‘estadios virtuales’ cuando el clima lo permitió. Para el negocio no era rentable que la boletería se quedara en manos de hinchas locales. Y eso, afortunadamente para ellos y desafortunadamente para los otros, no pasó. La ciudad y sus hinchas fueron decorado y extras figurantes en una millonaria y foránea superproducción. Y repito: No hay nada de malo o ilegal en ello. Lo que molesta es la falta de claridad en el discurso y el afán por esconder lo evidente.
Para la próxima ( si es que hay una próxima), mejor si lo tenemos claro de una vez y nos evitamos las tan repetidas como falsas declaraciones públicas en nombre de los hinchas de la ciudad que se sienten atropellados al ver cómo miles de boletas se esfuman en minutos. Quédense con ellas en nombre del negocio, pero no sigan creyendo que no lo sabemos. La fiebre amarilla es también la fiebre del oro; y como él, se acaba.
Por Alfredo Sabbagh F.
asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh
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