La esquina del antiguo Almacén Ley, en la Calle de San Juan con Progreso, era la esquina de los músicos. Allí se congregaban trompetistas, saxofonistas, pianistas, bateristas, clarinetistas, cantantes y toda clase de músicos. En diez minutos se armaba una orquesta, apta para todos los gustos, pues antes las orquestas tocaban ‘de todo’, desde música de Glen Miller hasta bolero, porro, cumbia y mapalé. En esa esquina conocí a un gran percusionista: Pompilio Rodríguez Moreno, de una familia de músicos: hermano de Tomasito (cantante), Lucho (saxofonista) y Efraín (baterista). Pompilio escribió su autobiografía dejándonos una serie de graciosas anécdotas; una de las cuales quiero recordar. Dice: “La orquesta de Pacho Galán tocando un baile (siendo yo el baterista) a diplomáticos de diversos países, en el Club Barranquilla en 1955, el Embajador de Colombia ante la Santa Sede, un distinguido político de Montería, se dirigió a José Ramón Herrera (bajista, de Arjona, Bolívar, quien no perdió nunca su forma brusca y poblana de hablar) pidiéndole si podíamos tocarle el porro María Varilla. José María le contestó: “Miedda dotto, usté sí tiene un gusto jop*, nosotros no tocamos eso”. Lógico que José Ramón le contestó así porque ese baile, de etiqueta, con invitados diplomáticos y embajadores, que estaban de frac y la orquesta con esmoquin, por exigencia del club tocábamos solo valses, música norteamericana, pasodobles y boleros”. ¿Si en esa época María Varilla –que es una poesía– les parecía corroncha, quétal que les hubieran tocado esa musiquita vulgar de ahora, que tenemos que tallarnos en las fiestas y en la radio? Habrían roto relaciones diplomáticas. 

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