La ciudad no tiene quien la piense
En 1905, cuando se creó el Departamento del Atlántico, como consecuencia de un ‘chocorazo’ electoral que colocó a Rafael Reyes en la Presidencia y al general Diego A. De Castro en la Gobernación, el ingeniero Antonio Luis Armenta le presentó al Concejo un proyecto para canalizar los arroyos de la urbe. Y aquellos visionarios ediles viles se lo devolvieron con el peregrino argumento de que eso no era prioritario. La ciudad no tiene, no ha tenido jamás, quien la piense.
Y cada año, hacia el mes de septiembre, la Gobernación suele expedir un decreto, muy poético, por cierto, macondiano, debería incluirse en la cátedra Gabriel García Márquez, que habla de la “emergencia invernal”. Mas, si uno visita cualquier diccionario se va a encontrar con el asombro de que tal palabra señala una “situación imprevista”. Oh dioses del absurdo, ¿cómo podemos entonces llamar emergencia a una situación que arrastra cien años de soledad? ¿Cómo puede el gobernador de turno implorarle a Dios que no llueva más, implicando al Creador Supremo en la ineptitud y la corrupción? ¿Desde cuándo la teología tiene algo que ver con el gobierno? La ciudad no tiene quien la piense.
Cuando Karl C. Parrish viajó a Estados Unidos, a comienzos de la década de los veinte, del siglo pasado, y consiguió que el Trust Company, de Chicago, le prestara la bicoca de 4 millones de dólares, para crear el acueducto y las Empresas Públicas Municipales, ¿lo hizo pensando en todos los sectores de la ciudad? Sospecho que no fue así. Estaba pensando en el barrio El Prado, en su negocio, como debe esperarse de un hombre de negocios. Cuando el banco de Chicago envió a un representante suyo, llamado Samuel Hollopeter, el ‘Tío Sam’, para que se hiciera cargo de las EPM, ¿estaba pensando en beneficiar al pueblo de Barranquilla? Sospecho que no. Estaba pensando en cubrir sus intereses, como debe esperarse de unos banqueros. La ciudad no tiene, no ha tenido jamás, quien la piense.
En 1948, dos años después de que Hollopeter regresara a USA –como es sabido, estuvo en Barranquilla, en una primera etapa, entre 1926 y 1946–, Parrish le escribe una carta en la que afirma: “Desde que te fuiste, tus amigos se han apoderado de las Empresas Públicas y temo que, de seguir así las cosas, las perderemos para siempre”. “Tus amigos”, ¿quiénes serían? Los políticos, como todos sabemos, y la profecía se cumplió al pie de la letra, de manera que Barranquilla lleva, mal contados, casi setenta años de estar soportando los ultrajes y vejaciones de una élite corrupta, racista, fascista, excluyente y prepotente, que aún permanece en el poder como si nada, sin ni siquiera haber rendido cuentas en un juicio histórico-analítico, porque nuestros historiadores no tienen los pantalones para ello y viven momificados en santo olor de archivo. ¿Han pensado alguna vez la ciudad? No, la ciudad no tiene quien la piense. Y lo que uno buenamente hace aquí, ante la casi que generalizada incomprensión, es brindar herramientas para el análisis de lo que ha sido nuestro ser, nuestra más lamentable esencia, para que alguna vez la ciudad tenga quien la piense.
diegojosemarin@hotmail.com
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