Kellys Zapateiro
Una joven de veintiocho años, embarazada de ocho meses, se dirige con una de sus mejores amigas a una cita médica. Ya casi llega el bebé y no puede con la barriga. Algo le duele.
Le duele ese bebé que ya la carga demasiado con su peso. Le duele, sin saberlo, el corazón que pronto se le detendrá violentamente.
Un perro encuentra un brazo suelto. Juega con él, parece comida, pero está raro, no le provoca comérselo. La gente que ve con horror con lo que juega el perro, se dispone a develar el misterio.
La amiga va a la clínica con un bebé y dice que lo parió en la calle. Lleva su placenta como prueba. Pero algo raro también había en su cuerpo. No parecía el de una mujer que hubiera dado a luz.
Cerca de donde encuentran un cuerpo quemado y mutilado estaban unos policías que no se inmutaron por el fuego ni por un disparo que escucharon. El novio de la mejor amiga, ahora hospitalizada, comandaba ese puesto policial. Sus compañeros estaban acostumbrados a verlo bajar cocos a punta de disparos. Y las quemas, bueno, esas son regulares en la zona.
El cuerpo desmembrado, quemado y sin cabeza, habla por sí solo. Hace falta el bebé que estaba en su vientre. Aunque el rostro no puede ser visto, se sabe quién es la mujer. En la escena del crimen encontraron las cuchillas con que habían abierto su vientre, de seguro sin ninguna clase de anestesia o cuidado.
El perro no pudo comerse el brazo. En la carne se notaba el sabor del sufrimiento.
El machete con el que fue descuartizada la joven de veintiocho años se encontraba cerca del lugar de la quema. El crimen fue tan brutal como la brutalidad de los asesinos.
Mejor amiga y novio policía solo querían lo que ella tenía: un precioso bulto dentro de su vientre. La joven no era humana, era una incubadora que cargaba otro cuerpo, pequeñito, nuevo, uno que pronto lloraría y reiría diciendo mamá.
Los abogados defensores luchan por sacar a los implicados de la cárcel.
El perro ya no vuelve por sitios donde haya habido quemas.
El bebé, quien ya cumple un año, sonríe y le dice mamá a su abuelita. No sabe que la historia de su nacimiento es peor que una tragedia griega. Su nacimiento marca el peor de los horrores mientras apaga las velitas del cumpleaños.
Este es un país donde este tipo de horror solo produce abogados que saben cuántas vueltas dar para dilatar los procesos. Este es un país lleno de películas parecidas que ya no asustan ni sorprenden a nadie.
Y esta no es una película de horror. Esta no es una novela de terror. Este no es un capítulo de CSI o de True Detective. Esto es peor. Hechos así inspiran a quienes crean estas series y películas y novelas que todos creemos ficción.
El nombre de la joven es el único que vale la pena mencionar aquí hoy. Su historia debe ser rescatada del olvido. Aún sus asesinos no han sido condenados.
Su fantasma clama justicia y con esta columna, al nombrarla, exigimos algún tipo de reivindicación de la historia grotesca de su corta vida.
Kellys Zapateiro Guzmán, un crimen tan horrendo no puede quedar impune. Así haya sucedido en tu Cartagena pobre, en esta Colombia ansiosa de paz, donde miles de fantasmas de descuartizados aún claman algún tipo de justicia.
columonica@hotmail.com
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