El Heraldo

Javier ‘el Pala’ y la bacanería

Hoy he venido a ti, lector, para hablarte de un ser humano que encarna la esencia misma de ese acto de fe que es ser un barranquillero. Hoy te hablo de materias olvidadas entre los áridos desiertos del autismo cibernético, de gente que ya no cultiva el civilizado placer de conversar. Te hablo de cosas bellas que se perdieron, como la hojas secas, entre los laberintos de las brisas decembrinas. Te hablo de nosotros, los cosmopolitas, los ‘ciudadanos del Cosmos’, que nacieron y se criaron en coordenadas espacio-temporales barranquilleras y miramos pasar la vida con indecible deleite. Hablo de seres humanos que no se aterran de nada y son capaces de comprenderlo todo, y así hablan, y bailan, y escriben con ají, ají picante, lleva mi descarga. Hoy te hablo de un personaje extraordinario, en un medio tan ordinario. Te hablo de Javier el Pala Henao.

Con una sabiduría sin fecha en el calendario, el ingenio de barrio popular, entre el Centro, San Felipe y El Rosario, debido a su talante locuaz y dicharachero, lo bautizó ‘El Palabrita’. Y no se sabe cómo ni cuándo, entre el runrún de las cometas y el inmancable partido de bola e’ trapo, o en medio del aguacero apocalíptico, ese mismo hablar poético de las nostálgicas calles curramberas le abrevió el apodo, con esa virtud budista que aquí posee la gente para simplificarlo todo.

De modo que hasta sus hijos hoy en día lo llaman el Pala. Un personaje que emerge en la implacable canícula de nuestras calles despiadadas, como una sonrisa que camina o una forma de vivir que cultiva, cual casi nadie hoy en día, las olvidadas y encantadoras artes de la bacanería. Esas que si uno define ya pierden toda su gracia como de mar en el amanecer rosado, pierden su aquí, su allá, su acullá, su acuyeyé.

Un personaje épico, que ha vivido las peripecias de una entrañable odisea personal, plena de experiencias y de nuevas sabidurías. Hace más de dos décadas fue taxista en Nueva York, y entre otras cosas condujo al inolvidable Ernestico McCausland por las calles de la Gran Manzana en su búsqueda insaciable del Cantante de los Cantantes. Y ya dejaba entonces caer los sones amables de su conversación incesante, el swing barranquillero de pura cepa, tan parecido al swing de Nueva York que exalta el Gran Combo.

Como parte de la escenografía urbana, el Pala está siempre a la puerta de su restaurante de pescados y mariscos, por el Comfamilar de la calle 48 con carrera 43, en un hito urbano donde la ciudad se teje y se desteje como un ovillo de Ariadna, sí, allí está el Pala, en medio del infierno del tráfico y las comunes agresiones de la calle, a las puertas del cielo de la amabilidad y la voluntad inquebrantable de servir a los demás, con un propósito de calidad y excelencia que no he observado en otros lugares que presumen de más cachetosos. Y con una música de antología que el Pala selecciona como hace todo, poniendo en ello su alma entera. Ahora Rolando Laserie, de repente The Beatles.

Y como yo soy un ignorante en materia política, mientras miro pasar los bellos deleites de esta vida, pienso que si este país contara con más seres humanos como Javier el Pala Henao no habría necesidad de ningún diálogo de paz, un hombre que cultiva como casi nadie, en estos tiempos autistas, las olvidadas artes de la bacanería. 

diegojosemarin@hotmail.com

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