Interpretar al interlocutor
Una vez más la severidad de ese cristal que revela el comportamiento humano –el otro, el individuo, el semejante– consiguió que buena parte de la irascible sociedad colombiana reaccionara al ver a la compatriota que en la campaña para las elecciones presidenciales de los Estados Unidos se declaró admiradora ferviente de Donald Trump. Que Myriam Witcher sea colombiana podría ser una simple casualidad, aunque bien podría tratarse de una coincidencia propia de las tramoyas políticas, y su imprevista aparición pudiera ser solo parte de un libreto que utilizó el estereotipo del colombiano apasionado, extravagante y muchas veces irracional que hemos venido desarrollando, y que resulta perfecto a la hora de generar controversia. Todos vimos cómo la señora Witcher, a quien en otras circunstancias seguramente Donald Trump habría despreciado, recibía con afectación, no sé si ingenua o desquiciada, la adulación del precandidato republicano al tiempo que ella gritaba histéricamente “¡Soy hispana y voto por el señor Trump! ¡Nosotros votamos por el señor Trump! ¡Te amamos! ¡Te amamos, todo el camino hasta la Casa Blanca!”. Era la puesta en escena de un “típico personaje de la telerrealidad” –así se expresó del megalómano Trump el presidente Barack Obama– que ha sabido sacar partido del extravío popular y de los efectos que este tiene en una sociedad como la de los Estados Unidos de América. No es gratuito que sea esta la sociedad que, de acuerdo con las encuestas del pasado mes de julio, y a pesar de que Trump ha manifestado abiertamente la xenofobia que late entre los republicanos, lo perfila como el más próximo a obtener la nominación del partido. Ese mismo Trump que encarna al líder –tan común en la historia humana– entronizado en razón de su egocéntrica seducción o su poder económico, que parece no tener límites para imponer sus convicciones aunque ellas entrañen daños de dimensiones incalculables. De ahí lo trascendental que es para una sociedad aprender a interpretar al interlocutor, lo que equivale a descubrir lo que el otro está maquinando.
El caso es que Myriam Witcher podrá ser de Antofagasta, de Urubamba o de Pereira, sin embargo, no podemos negar que los colombianos vimos en ella un poquito de cada uno de nosotros. En su enardecido y precipitado testimonio de devoción, que nos resultó insoportable, mostraba algo que hemos sido históricamente: un rebaño de impotentes que se acoge al discurso de un otro dominador. “Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro/paredes de la alcoba hay un espejo,/ya no estoy solo./Hay otro”, diría Borges. Myriam Witcher es ese espejo que nos impone saber que frente a algunos gobernantes, a políticos en ciernes, a jefes autoritarios, a columnistas de opinión, a cónyuges abusivos, e incluso, frente a los nadies impertinentes, carecemos de intuición para entrever los propósitos que esconden.
El divulgador científico Eduardo Punset lo pone en palabras sencillas: “La selección natural favorecerá a los individuos que se las apañen mejor que otros para intuir lo que piensa su interlocutor”. A ver si nos pellizcamos, porque es cuestión de supervivencia.
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