Inmigrantes y refugiados (II)
El inmigrante tiende con el tiempo a regresar a su país de origen y contribuir con sus ganancias a un mejor desarrollo, o simplemente vivir él con más dignidad. El refugiado no puede soñar con un regreso y vive con el miedo de ser deportado a su país de origen.
Recientemente, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (Acnur) abrió el debate sobre cómo definir a las personas que están llegando a las costas europeas huyendo de la guerra. Aclaraba que inmigrantes y refugiados son dos realidades distintas pero comparten un objetivo común: emprender una nueva vida en un lugar mejor. Solo que unos huyen por motivos políticos y otros por razones económicas. A los refugiados, les es más angustiosa su situación, por la incertidumbre ante el peligro que encierra el que los devuelvan a casa, tras la dolorosa renuncia a lo que en su huída han amado y formado parte de su identidad y su vida.
Nunca, desde la Segunda Guerra Mundial, se había llegado a una situación tan extrema, humillante para la dignidad de la persona y tan falta de solidaridad, que es lo que supone en definitiva la “discutidera” de las naciones europeas y de sus altas esferas gubernamentales como si fueran mercancía. A pesar de que en los últimos diez años la Unión Europea ha concedido a más de ochenta y nueve mil personas el estatuto de refugiado, la dicotomía normal en tantas situaciones, entre los ciudadanos donde predomina la xenofobia y el racismo, complica la situación.
Cuando se tiene la necesidad de hacer tantas declaraciones y aclaraciones para establecer diferencias es porque una inquietud o un remordimiento nos corroen la conciencia.
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