Homicidio por baile
Hace unas semanas, el alcalde de Cartagena, Dionisio Vélez, soltó los siguientes tuits: “No podemos permitir que los Pick Up (sic) se conviertan en fuente de alteración del orden público.”, “El principal objetivo es ejercer controles más estrictos, sobretodo (sic) en aquellas poblaciones donde se ha registrado homicidios por bailes (sic).”, “Además de ser irregulares los Pick Up son desconsiderados con los vecinos. Debemos amparar el derecho a la tranquilidad y el descanso.” El alcalde se refiere, con su elegante inglés, a las fiestas de picó que hacen cada quince días en la Plaza de toros los picoteros y champeteros de Cartagena. Fiestas que desde sus inicios han sido estigmatizadas (la misma palabra ‘champeta’ significa feo, ordinario) y se cree que el público de estos eventos está constituido por ‘la peor ralea’ que hay en la ciudad de Cartagena, son los negros y los pobres (y los negros pobres).
Los tuits fueron publicados en la página de Facebook Denuncias CTG, y los comentarios al post son igual de reveladores: “Yo te apoyo que esa basura fábrica de analfabetas y bandidos se acabe pronto”, “Donde haya pick up hay desgracia”. Otros, en cambio, le dicen elitista, y se quejan de la estigmatización, ciega y tonta, que lleva a pensar a muchos en Cartagena, incluido su alcalde, que la champeta es “lo peor”. Además resulta que estos eventos no son ni ilegales ni irregulares, son fiestas populares que ocurren cada quince días. Se supone que en las fiestas de champeta “se consumen drogas”, pero basta haber estado en la fila del baño de La Movida, para tener en claro que la diferencia no es mucha. Una ciudad que es destino predilecto para turismo sexual y turismo de drogas no puede echarle la culpa de ambos problemas a unas fiestas de champeta para intentar mantenerlas en la marginalidad. Acabar con los picós no acabará con la delincuencia en Cartagena. Sin duda, como en cualquier fiesta popular, en los picós hay problemas de seguridad. Pero esto no es culpa de los picoteros. Es culpa de un Estado, una alcaldía, que no se hace presente para garantizar –a los ciudadanos que van a bailar– el derecho al esparcimiento, al goce de la cultura y la libertad de expresión.
La corta visión del alcalde, que tristemente comparte con muchos cartageneros, y con muchos cartageneros con poder, no lo deja ver que la champeta bien puede ser una de las mejores cosas que le haya pasado a la ciudad. Pero no, la Alcaldía prefiere organizar eventos de jazz y flamenco (que también fueron ritmos marginales pero que ya se ganaron el aval de la Alta Cultura). De la misma manera, en el concierto del cumpleaños de Cartagena tocaron Mr. Black y Kevin Florez champeta de salón (de la que se escucha en Bogotá), aceptada irremediablemente por los ricos que decidieron de común acuerdo que escuchar el Serrucho no te convierte en asesino. Qué bonito sería que los encargados de la política pública y los poderosos vieran el incomparable potencial cultural de la champeta, pero, ¿qué se puede esperar cuando el alcalde le hace una placa a los ingleses caídos en un intento de saqueo? En todo caso, Dionisio Vélez no puede culpar un problema de seguridad en una manifestación estética, primero porque la seguridad en la ciudad es trabajo suyo, segundo porque a la vez que evade su responsabilidad, margina y promueve prejuicios contra un grupo social, y de paso y por si fuera poco, atenta contra el patrimonio cultural vivo de la misma ciudad.
@Catalinapordios
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