“Hay que apostarle a una ciudad sin discriminación ni violencia”
Cuando se trata de los derechos de las personas LGBTI, en Colombia todos se hacen los maricas. Priman la violencia, los prejuicios y los estererotipos. Para muchos, tenemos que seguir condenados al maltrato y los abusos. La casa, el trabajo, el espacio público, los colegios y el mismo Estado, son enemigos constantes de nuestra tranquilidad.
Parece mentira que a estas alturas de la vida sigamos teniendo que insistir en que amar a alguien no nos hace ni peligrosos ni blancos fáciles. Qué tal esta ridiculez: nos toca repetir una y otra vez que no estamos enfermos. Desde la década de los 70 la Organización Mundial de la Salud ha repetido que ser homosexual no es una enfermedad. Tampoco somos delincuentes. Las relaciones homosexuales dejaron de ser delito en 1980 y no hay evidencia de que las cárceles estén llenas de homosexuales, como a muchos les gustaría, para comprobar que le hacemos daño a la sociedad.
Ni siquiera así hemos podido llevar una vida libre de angustias. Para muchos, -no es mi caso-, salir del clóset es un evento de enormes magnitudes que implica golpes, visitas a los burdeles “pa’ que se vuelvan machos”, violaciones “pa’ que la machorra sepa lo que es bueno” o matoneo generalizado. El ejemplo más claro es que en 2008, la Encuesta de Cultura Ciudadana aplicada en Barranquilla indicó que cerca del 70% de los habitantes de la ciudad no estarían dispuestos a tener como vecino a un homosexual, la cifra más alta del país.
Ahora, es muy fácil apuntar al otro y decirle qué lo hace diferente, como si nosotros no supiéramos perfectamente que lo somos. Y no nos vengamos con cuentos, nuestro país no podría ser más diverso: somos el producto de un profundo mestizaje donde pueblos americanos, africanos y europeos se encontraron para vivir en una tierra que cubre desde las playas tropicales hasta las nieves (ya no tan) perpetuas.
Lo irónico es que en lugar de aprovechar nuestra diversidad para potenciar nuestro desarrollo nos da miedo lo diferente. El jueves pasado, en una audiencia televisada tuvimos que escuchar a un señor decir que sí somos seres humanos, como si alguien lo pudiera poner en duda, y a otro insinuar que exigir los mismos derechos es parte de una conspiración internacional para acabar con la sociedad colombiana.
Eso mismo decían de las mujeres. Sus capacidades hasta hace un siglo eran tan cuestionadas que estaban subordinadas a sus maridos, padres o hermanos. También, lo decían de los indígenas, que podían ser cazados porque no era claro que tuvieran alma. Ni hablar de nuestra población afro, a la que algunos políticos han querido usurpar sus derechos.
Tal vez nos parezca muy lejano recordar que hace 30 años en Colombia no había divorcio y que hace 25 era prohibido no ser católico. No, no es chiste, ese era el país en el que teníamos que vivir. De pronto en 15 años nos va a parecer estúpido que hoy las personas LGBTI seamos víctimas de violencia o que nos hayan mandado al gueto porque el resto de la gente “no estaba acostumbrada a verlos en sitios tan públicos”, como dijo sin sonrojarse una estudiante universitaria.
Espero que ejercicios como el que hace hoy EL HERALDO no se vuelvan un experimento para totear las redes y ganar reproducciones en Youtube. Ojalá sean un cuestionamiento completo a cómo nos entendemos como sociedad y a cuánto daño podemos estar haciendo por no querer entender al que no se nos parece. Es un experimento social increíble que en Rusia podría dar cárcel, aquí debería presionar a la actual administración y a sus sucesores a tomar medidas urgentes en la escuela y la institucionalidad para reversar lo que hoy nos parece tan natural, discriminar porque ¡ajá!
Finalmente, quiero recordar que Barraquilla se promociona a sí misma como un lugar pujante y desarrollado. Se equivocan los gobernantes y publicistas que asumen el progreso con obras de infraestructura y crecimiento económico. ¡No seamos tan maricas! La verdad es que si la ciudad quiere cambiar debe apostarle a un nuevo pacto social en el que no tengan cabida la discriminación ni la violencia. De otra forma, será solo un lugar bonito lleno de problemas.
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