¡Guerra!
La semana pasada, el cineasta Ciro Guerra fue ovacionado durante diez minutos tras el estreno de su última película, El abrazo de la serpiente. El viernes fue galardonado con el Premio Art Cinema Award a Mejor Película de la Quincena de Realizadores, la sección del Festival de Cannes que acoge las obras más innovadoras e independientes del cine mundial (hace apenas 15 años, con Amores perros, un latinoamericano subió por vez primera al podio de Cannes. Este año, junto con Guerra, el caleño César Acevedo ganó con La sombra y la tierra; pero también el mexicano Michel Franco, con Chronic y; el argentino Santiago Mitre, con Paulina).
Con El abrazo de la serpiente, Guerra nuevamente cambia de escenario. Si Bogotá fue la protagonista de su ópera prima y la pantalla se llenó de Caribe con la segunda, ahora el Amazonas se roba el escenario. No es la primera vez que Guerra participa en el festival de cine más importante del planeta. Hace unos años Los viajes del viento, su segunda película, fue seleccionada en la sección Una cierta mirada.
Quienes han tenido la oportunidad de apreciar la cinta afirman que -tal cual ya nos tiene acostumbrados-, El abrazo de la serpiente es un soberbio despliegue de imágenes. Es cine, es claro, y el cine no es más que poesía en la fotografía (el buen cine, por supuesto). Y eso, hay que enfatizarlo, al parecer le sobra a esta película. Se trata de un regodeo fotográfico que recorre la espesura indomable de la selva y los ríos intransitables de ese rincón al sur de Colombia que la mayoría desconocemos; y luz, mucha luz, demasiadas ráfagas de sol que se filtran de manera sorpresiva por donde no se les espera.
“Me gustan las historias de héroes solitarios”, me dijo Ciro Guerra cuando lo entrevisté en 2009. Es lo que ha vuelto a hacer: “La película sigue el rastro de dos exploradores occidentales en la Amazonía colombiana de la primera mitad del siglo XX, embarcados en un viaje en busca de una planta perdida en el que contarán con la ayuda de los chamanes locales”, ha dicho la prensa.
Mucho se habla de Ciro y Guerra y de su talento. Y mucho se hablará de él en el futuro. Sin embargo, por más de que en ocasiones aparece como un dato perdido de su biografía, pocas veces se recuerdan sus orígenes costeños: es de Río de Oro, al sur del Cesar, un pueblo tan perdido en la geografía nacional y tan desconocido como lo fue Aracataca cuando nació Gabo. Esto, por supuesto, no lo hace ni más ni menos colombiano. Y tampoco es lo que importa de su hoja de vida. Sin embargo, es bueno recordar que otro muchacho que salió de aquí lo está logrando allá afuera; y es bueno recordarlo no tanto por él, sino por todos esos otros paisanos que aluden a la falta de oportunidades para arropar su desesperanza.
Con este triunfo, Guerra nos reafirma que –como decía aquella campaña a la presidencia- “Sí se puede”.
PD. La llegada de Franco Ovalle a la campaña por la Gobernación del Cesar es una muy buena noticia. Ovalle es un hombre serio y decente que proviene de una familia reconocida en el Cesar por su honestidad; alguien que conoce muy bien el departamento y su problemática. Álvaro Soto, el otro candidato, es también una buena opción por su sólida formación y su experiencia política. Sin embargo, a pesar de que él es un hombre de mente abierta, representa al siempre intolerable y cavernario partido conservador. En todo caso, con este par de buenos candidatos seguramente habrá un buen tono en esta contienda, plagada de tiempo atrás de bajezas e improperios. ¡Necesitamos ideas, no madrazos!
@sanchezbaute
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