Graznidos
“Cada poema nace de un ciego centinela/que grita al hondo hueco de la noche/el santo y seña de su desventura./Agua de sueño, fuente de ceniza,/piedra porosa de los mataderos,/madera en sombra de las siemprevivas,/metal que dobla por los condenados,/aceite funeral de doble filo,/cotidiano sudario del poeta,/cada poema esparce sobre el mundo/el agrio cereal de la agonía.”
Como en todo gran poeta, esa conmoción que ocurre cuando se advierte la impermanencia está presente en la obra de Álvaro Mutis. A través de la poesía, Mutis conjuraba una muerte ajena que disimulaba la agonía propia, pero el tiempo hizo lo suyo, y, como implacable ley, la expectativa finalizó para el escritor; soltó amarras, se marchó, se fundió con la materia cósmica desentendiéndose del sinfín de cavilaciones que quizás abrumaron su joven sensibilidad, hasta conseguir que se desencadenara el misterioso proceso que lo condujo después a la palabra plena. Se fue un maestro y dejó un legado precioso, su palabra, la que puede hablar de un hombre, la que lo condena o lo redime.
Sirvan su partida y su serena voz poética para recordar que, en un medio como el nuestro, donde abundan la agresión, la deslealtad y la intolerancia, la palabra, que está llamada a ser vehículo de concordia y comunicación, se corrompe por efecto de las polémicas personales. La relación entre humanos obedece al mismo azar que enfrentó a zorros con ovejas y a leones con gacelas, a la contingencia que asoció a los tiburones con rémoras y al ganado con garzas; somos una especie cuya supervivencia depende de asociaciones e interacciones, pero cuyas actuaciones están subordinadas a los caprichos de la individualidad: nos caracterizan esencias heterogéneas, ambiguas inclinaciones, volubles temperamentos y específicas conductas que en lugar de aproximarnos nos alejan. Sin remedio somos lo que podemos, y damos de lo que tenemos; y así como algunas aves trinan armónicamente mientras otras graznan estridentemente, así algunos hombres hablan poéticamente y otros agresivamente.
El reciente enfrentamiento desatado entre Juan Carlos Pastrana y José Obdulio Gaviria –a raíz de la inclusión de este último en la lista del Centro Democrático– es testimonio fehaciente de la compleja diversidad humana. Sus comentarios en Twitter, disonantes alaridos que obligaron al tuitero más activo y obstinado del país, el expresidente Uribe, a llamar a discreción, no fueron otra cosa que la oportuna confirmación de sus personalidades. Provocativos, irascibles y dañinos, ni los de Obdulio, ni los de Pastrana fueron trinos, sino graznidos. La palabra habla de un hombre, lo condena o lo redime. La vieja clase política comenzó la exposición de groserías que marcarán la trayectoria de los tiempos venideros, y si el maestro por excelencia es el ejemplo, el ejemplo para una sociedad son sus dirigentes. Buena cosa es que se muestren como son en momentos previos a las elecciones parlamentarias; de esa forma será más fácil establecer las diferencias entre ellos, y decidir en cuáles manos depositar el destino de un país que pide a gritos respeto. “Cada poema un pájaro que huye/del sitio señalado por la plaga” escribió Mutis. En su memoria, apostarle a la poesía y castigar la grosería.
Por Bertha C. Ramos
berthicaramos@gmail.com
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