El Heraldo

Gómez Jattin, septuagenario

Una poesía como la de Raúl Gómez Jattin no la venden en la farmacia de la esquina. Pero es una verdadera lástima que no lo hagan. Para entender esto, es preciso citar lo que dice Jaime Jaramillo Escobar, el gran X-504, en la carta que le escribió en 1983 a nuestro gran poeta cereteano: “He estado recomendando mucho tu poesía: a todo aquel que está enfermo le receto dos poemas tuyos”.

Y quiero dar fe de que esta terapia es infalible y de que su único problema, si es que se le puede llamar así, es que uno termina volviéndose adicto al medicamento.

En efecto, junto con un grupo de amigos de Barranquilla, descubrí la poesía de Gómez Jattin cuando todos rondábamos apenas los veinte años, y cuando él sólo había publicado su primer libro, titulado simplemente Poemas; y de inmediato sentimos que era lo que nuestra sensibilidad lacerada y desesperanzada de aquellos años estaba pidiendo a gritos para hallar el alivio largamente buscado. De modo que nos entregamos a su obstinada y fervorosa lectura y compartíamos su vigorosa belleza lírica hasta entonces inédita en la tradición colombiana. Hoy día –cuando me acompañan la misma desesperanza y las mismas angustias, pero no ya la juventud ni todos los amigos de entonces–, me alegra comprobar que su obra poética (enriquecida con todos los libros que escribió y dio a la imprenta después) sigue manteniendo sus poderosas virtudes lenitivas.

El asunto viene a cuento porque, tal como lo registró el pasado domingo 31 de mayo la revista Latitud de EL HERALDO, ese día se cumplió otro aniversario del nacimiento del autor de Hijos del tiempo. Y no fue un aniversario cualquiera: Gómez Jattin habría cumplido 70 años. ¡70 años ya, Raúl, amigo, cómo se pasa la muerte (tan callando, así como se viene, para decirlo con Jorge Manrique)!

Espero que, pese a haberte convertido de pronto en un septuagenario, hayas recuperado la fortaleza y la lozanía que ya habías empezado a perder en los últimos años de tu vida. Espero que seas un muerto joven, lleno de apetito, cuya potente voz y cuya risa feliz sacudan con un estremecimiento de vitalidad las heladas regiones donde te hallas.

No puede ser de otra manera, pues si tu poesía sigue siendo capaz de ayudarnos a vivir a tus lectores, cómo no va a ayudarte a llevar una muerte briosa, enérgica, intensa, apasionada, una muerte a salvo de la muerte. Por lo demás, tu poesía ha crecido tanto durante estos últimos 18 años, se ha expandido con tal fuerza por los vastos territorios del idioma, que es capaz de levantar un muerto, incluso uno de tu descomunal tamaño.

Esos versos tuyos (amargos, disputados) que en vida le robaste a la muerte, ahora te alimentan, te garantizan una larga salud no sólo bajo la tierra, sino sobre la superficie de ésta, ventilando todavía el aire y la luz, mientras algunos de esos pueblerinos de quienes defendiste tu causa insisten aún mezquinamente en negarte. Negarte, ellos, “hombres de río con el alma negada”.

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