El Heraldo

Gabo vallenato

Gabriel García Márquez escuchó música de acordeón desde muy niño. Ya más grandecito  aprendió a cantar vallenatos  y quiso aprender a tocarlos, pero nunca le alcanzó el dinero para comprarse el instrumento.

“No sé qué tiene el acordeón de comunicativo que cuando lo oímos se nos arruga el sentimiento”, escribió el 22 de mayo de 1948 en su columna de El Universal de Cartagena. Dos años después, afirmaría en una ‘Jirafa’ de EL HERALDO que no había una sola letra en los vallenatos que no correspondiese a un episodio cierto de la vida real, a una experiencia del autor: “Un juglar del río Cesar no canta porque sí, ni cuando se le viene en gana, sino cuando siente el apremio de hacerlo, después de haber sido estimulado por un hecho real. Como el verdadero poeta y los juglares de la mejor estirpe medieval”.

Por esos días, su amigo Germán Vargas le había regalado en Barranquilla una dulzaina marca Honner, la que un agobiado Gabito terminó por lanzar al mar cuando sintió que interrumpía con su música las conversaciones de Cepeda con Alfonso y con Germán. A los pocos días, empezó a insistir en conseguirse un acordeón.

Gabito conoció a Rafael Escalona el 23 de marzo de 1950 en la capital del Atlántico. El compositor había llegado aquí con el deseo de comprar algunos repuestos de maquinaria pesada para su finca, pero deseaba conocer a aquel escritor que, según su amigo común, Manuel Zapata Olivella, se sabía de memoria todas sus canciones. “Está en EL HERALDO”, le había dicho Zapata. Escalona decidió llamarlo por teléfono.

“No me fue difícil reconocer, al otro lado de la línea –dijo Gabito– la misma voz discreta y mesurada que en tantas noches de buena fiesta yo había admirado en letra y música de El trajecito, El cazador, El bachiller y otras canciones ya incorporadas a nuestro patrimonio popular”.

El músico y el escritor acordaron encontrarse en el Café Roma. Gabito lo recibió tarareando El hambre del Liceo, un canto de Escalona que el narrador de Aracataca identificaba con sus penurias de Zipaquirá. “Gabito es de los tipos que mejor canta vallenato”, sostuvo siempre Escalona.

Un mes después, el compositor se lo llevó toda una semana de paseo por Valledupar y le mostró el universo que lo inspiraba. Historias como las que Escalona cantaba eran las que Gabito quería escribir. “Más que cualquier libro, lo que me abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos. Me llamaba sobre todo la atención la forma como ellos contaban”.

En diciembre de 1952, García Márquez aceptó regresar por tierras del Magdalena y La Guajira a vender libros y enciclopedias de la editorial Losada. Aquel fue para él un viaje largo pero muy conveniente. “Aproveché para tomar notas que luego me ayudarían en la escritura de todos mis libros. Estudiábamos a fondo el vallenato. Escalona me ayudó mucho. Yo asistí al parto de muchos de sus cantos. Componía seguido, uno detrás del otro”.

Para melómanos y coleccionistas, estos son otros vallenatos de Rafael Escalona que Gabo cantó y siempre pidió en vida: La casa en el aire, Elegía a Jaime Molina, La custodia de Badillo, El arcoíris, La patillalera, La vieja Sara y La creciente del Cesar.

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