Mientras en La Habana preparaban las ceremonias para despedir a Fidel Castro, en España la muerte del líder de la revolución cubana produjo otra liturgia, igualmente previsible. Tras la noticia del fallecimiento del comandante, grupos de manifestantes a favor y en contra de Castro se enzarzaron en una batalla, afortunadamente solo verbal, delante de la embajada cubana en Madrid. Como en otras partes del mundo, la figura del líder comunista en España siempre ha despertado fuertes pasiones.
Una parte de la izquierda nunca ha sido capaz de reconocer, por no decir ya condenar, que los hermanos Castro convirtieron la isla caribeña en una dictadura para no ensuciar el bonito relato del antiimperialismo. Para la derecha, por otra parte, el régimen castrista siempre fue la peor de las dictaduras sobre la faz de la tierra. Conservadores y liberales echaron en cara a la izquierda la represión y los ataques a la libertad de expresión, críticas fundadas pero que desde este espectro político no se suele aplicar a gobiernos totalitarios como China o las monarquías árabes.
Estos sentimientos encontrados hacia los Castro, hijos de un emigrante gallego, quedaron reflejados en la decisión del gobierno conservador de Mariano Rajoy respecto a la representación de España en los fastos funerarios en La Habana. Asistió el rey Juan Carlos, que abdicó a favor de su hijo Felipe hace dos años, acompañado por el secretario de Estado para la Cooperación e Iberoamérica, Jesús García. El partido liberal Ciudadanos protestó por homenajear a un dictador con la presencia del antiguo jefe del Estado. Sin embargo, otras voces lamentaron que el país no estuviera bien representado en Cuba. El Gobierno pudo argumentar que ese día, el jefe de Estado actual, el rey Felipe VI, estaba en la vecina Portugal.
Sin embargo, el episodio no deja de ser síntoma de las relaciones enrarecidas de la antigua metrópoli con la que fue la última joya de la corona de sus posesiones coloniales. El expresidente conservador José María Aznar rompió en 1996 con décadas de relaciones fluidas con Cuba, que se mantuvieron incluso durante el franquismo, al conseguir que sus colegas europeos acordaran una “posición común” que castigaba a la isla por violar los derechos humanos. Aunque la situación se ha relajado, Rajoy nunca ha demostrado mucho interés en que España recupere su lugar de socio privilegiado de Cuba por los vínculos históricos, culturales y económicos que les unen.
Barack Obama, François Hollande y el vicecanciller alemán Sigmar Gabriel, entre otros líderes, han visitado la isla recientemente, pero no así Rajoy. Es inevitable que algo cambie pronto en Cuba. Por una parte, la Unión Europea firmará un acuerdo de cooperación en diciembre. Por otra, Donald Trump podría revertir la política de deshielo de Obama, lo cual daría más peso a los europeos como interlocutores de Raúl Castro en la transición que se avecina. Y es probable que España solo juegue un papel secundario en este proceso.
@thiloschafer
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