“Esperar” no existe
Francamente no podríamos afirmar si todavía la gente conoce, cultiva o pone en práctica el verbo “esperar” en todos los actos de su vida, por costumbre, educación, o es que mentalmente estamos tan enajenados, tan arrinconados con la premura y el tiempo, tan imbuidos en la encrucijada diaria de la velocidad, que es imposible conjugar el verbo, aplicarlo, aceptarlo por lógica, imponerlo como costumbre.
Este es el siglo de las aglomeraciones, de los afanes, de las carreras, de lo rápido, de lo inmediato, de lo urgente. Hasta los besos y caricias a los padres, a los hijos, a los abuelos, a las damas se otorgan como un refilón, porque los minutos no alcanzan para nada. Ni para una sonrisa. Ni para decir las gracias, ni para ceder un asiento, ni para decir “por favor”. Quizás detrás de la máscara de la hipocresía social, más allá de la cordura, de una falta de razonamiento en el fondo, es posible, está latente el egoísmo, ese enemigo soterrado de los humanos que tantas malas jugadas nos hace porque no sabe esconderse y siempre, siempre, es inoportuno. Sí, hay un componente psicológico profundo que puede obedecer a múltiples causas.
En Barranquilla, en la Costa Caribe, lamentablemente, donde somos campeones de tantas conductas sin coherencia, observemos con detalle algunos comportamientos que asustan pero son dignos de estudio: ¿Los buses, taxis y motos en las calles conocen la palabra “esperar”? Miremos los ascensores: Cuando se abren las puertas, ¿acaso no se precipitan los que están afuera para entrar antes de dejar salir a los que tienen que evacuarlo? En las filas de bancos, servicios, entidades públicas y privadas, ¿te está explicando algo personal la encargada o el encargado y llega el tercero felizmente y pasa por encima de tu cabeza los papeles y frescamente le dice la lista de peticiones a quien te atiende sin siquiera pedirte permiso con un gesto o con una palabras? ¿Ha visto en las esquinas y paraderos de buses atestados de gentes esperando a subirse el acto de hacerlo, donde el futuro pasajero casi que debe convertirse en un luchador? En los espectáculos públicos, a las entradas o salidas, ¿han observado el afán, las carreras, los empujones, el desespero, la angustia, porque a veces hay tal angustia que uno presiente un colapso?
¿Qué hay detrás de todo esto? ¿Falta de paciencia quizás? ¿Es innata la paciencia o temperamental o se educa? ¿Qué dice nuestro apreciado y brillante vecino de columna Haroldo Martínez? ¿Somos todos los humanos impacientes en menor o mayor grado en ciertos momentos, pero la gente se controla, por educación, por prudencia? Lejos estamos de la famosa frase de Martí en 1821 en la carta al General Gómez: “Esperar es una manera de vencer”. ¿Acaso el mundo de hoy perdió ese norte? ¿Son las comunicaciones, los adelantos tecnológicos, la obsesión de lo inmediato, todo ello conjuntamente o simplemente una falta de cultura?
No conocer este verbo es quizás un signo característico de este siglo en todas partes del mundo, pero no hay la menor duda, así se nos salga la piedra un millón de veces, que en la Costa Caribe colombiana batimos todos los récords y la botamos de jonrón a diario.
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