Menos mal el ministro de Vivienda es de la órbita de Germán Vargas, quien ha demostrado con creces ser afecto a la alcaldesa, y por reflejo a Barranquilla, a la que nada ha negado y, en consecuencia, atendiendo la solicitud de la alcaldesa, y fijo una orden de Vargas Lleras, anunció que la resolución que ignoraba los caudales del río Magdalena aquí enfrente, no va más para el Atlántico. Bien por Vargas. Menos mal las cosas han cambiado y, aunque los “bien cachacos”, funcionarios segundones, nos siguen atacando, las élites, o sea los “cachacos bien”, nos miran con otros ojos.

Es que desde tiempos inmemoriales hemos sufrido los embates de un maniatador centralismo. En alguna época se atribuyó a reacción de los bogotanos contra los primeros estudiantes universitarios costeños que con su bullanguera alegría y su fama de bien dotados les quitaban novias, y hasta esposas. Pero no. Mucho antes de esa impúdica invasión estudiantil ya el anticosteñismo era en el altiplano hasta motivo de orgullo, al punto de que un presidente se jactaba de no conocer el mar, ni querer conocerlo. Claro, les importó poco perder Panamá, territorio de “guaches”. Lo peor del episodio es que los panameños, que en todo dependían de Cartagena, se abrieron de los cachacos y, en el colmo de la imperdonable ingratitud, nos dejaron por fuera. Tan fácil como hubiera sido incluirnos en la negociación, el alto gobierno interiorano no hubiera protestado mucho, se hubieran transado quedándose solo con las costas del Pacífico, y de pronto Chocó hoy tendría algún futuro. Además, cual Suiza, seríamos ‘paraíso fiscal’, ¡Qué cachet!! Para los que quieran ilustrarse  sobre el ancestral anticosteñismo cachaco lean El fracaso de la Nación, y otras obras de Alfonso Múnera, gran historiador cartagenero. 

La culpa, obvio, es también nuestra. Si fuéramos tan geniales como nos creemos, si fuéramos solidarios y asociativos, si sin envidias ni intereses personales lucháramos por causas comunes, Barranquilla por su ubicación sería a Colombia lo que Nueva York a Estados Unidos, y Bogotá sería lo que Washington, un bonito pueblo donde se asienta la burocracia nacional. Pero ni modo. Somos como somos.

Son demasiados los ejemplos, como el de las diez mil becas, a las que por las excluyentes condiciones accederá solo una mínima parte de costeños. Y el peor, el de la viceministra de Vivienda haciéndole el juego a la tal Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento CRA (¿quiénes son?), y al Instituto de Hidrología Meteorología y Estudios Ambientales Ideam (tronco de nombre para cobijar tanto bruto, bastó que pronosticaran sequía sahariana para que lloviera a cántaros), que se asociaron para aplicarnos la absurda norma sancionatoria que, desechando las  documentadas explicaciones de gremios, Triple AAA, y de toda la comunidad, tercamente se negaban a revocar en una actitud no sólo discriminatoria ilógica y de mala leche, sino también ¡estúpida!
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