Entre el sánscrito y el castellano
Poco importa si es atributo natural o calculada maniobra, pero lo cierto es que Humberto de la Calle, el jefe negociador del Gobierno en La Habana, ha revestido su palabra de poesía. “Mi táctica es/hablarte/y escucharte/construir con palabras/un puente indestructible”. Parecería haber escogido tales tácticas propuestas en la poesía de Benedetti, para fortalecer las estrategias del Gobierno en su pretensión de poner fin a este calvario denominado conflicto armado. Pienso yo que a estas alturas cualquiera que sea el origen de las metáforas que hoy penetran el estéril discurso que pretende apaciguar la guerra y que a diferencia de las balas, destinadas a la carne, apuntan a perforar el pensamiento, ellas son justificables. Si la gran metamorfosis consiguiera cimentarse en el lenguaje estaríamos de cara a una verdadera transformación que, de la mano de políticas acertadas, acabaría con el indómito deseo de perseguir esa utopía que prometen las revoluciones. Es sabido que el lenguaje así como tiende puentes indestructibles los derriba de un trancazo; que su poder de seducción puede ser tan persuasivo como un sí en unos labios femeninos, y su poder de destrucción tan demoledor como el ejército de un imperio; por tal razón, cuando se trata de mediar con la palabra estas contiendas dilatadas, poco importa si ello obedece a estrategias o a atributos, lo que sí es indispensable es que el idioma sea el mismo, o dicho de otra manera, que el objetivo sea común. Y es exactamente eso, puesto en palabras por De la Calle en el reciente foro ‘Hablemos del proceso: estado de las conversaciones de paz’, realizado por EL HERALDO en Barranquilla, algo que exigimos saber los colombianos: si las Farc hablan en sánscrito o en sumerio, y si el Gobierno nacional lo hace en castellano o lenguas bora-witoto.
“En cuatro meses tenemos que saber si estamos hablando un lenguaje semejante aun cuando no tengamos un acuerdo, o si las Farc hablan sánscrito y nosotros hablamos castellano”. Es decir, todo es incierto. Esa es la posición del Gobierno frente lo que sucederá en los próximos cuatro meses en que trabajará simultáneamente con las Farc para explorar los confines donde pudiera encuevarse para siempre la esquiva paloma. Una visión preocupante pero coherente con el desgaste del proceso, que corrobora cuán importante es conocer la perspectiva oficial sin intervenciones alevosas. Al Gobierno le sucede igual que a un escritor. Sospecha que algo tiene que decir, pero debe disponerse humildemente a que eso fluya; solo después de haberlo hecho podría saber si era basura o una gran obra. “…el escritor es un amanuense”, dijo Borges, “él recibe algo y trata de comunicarlo, lo que recibe no son exactamente ciertas palabras en un cierto orden”.
El proceso de paz es un acto creativo. Una novela que se escribe a muchas manos, quizá la ficción más grande que podría escribir Colombia, y todo apunta a que es momento de revisar lo que hay en el borrador a ver si vale la pena, o es tiempo de claudicar. Todo es incierto, pero es una obra irresuelta y, finalmente, los autores somos todos. Por tanto, dejemos el saboteo.
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