El Heraldo

El valor de las preguntas

¿Es paz la paz de la paloma? ¿El leopardo hace la guerra? ¿Por qué enseña el profesor la geografía de la muerte? ¿A quién le puedo preguntar qué vine a hacer en este mundo? ¿Por qué me muevo sin querer, por qué no puedo estar inmóvil? ¿Por qué en las épocas oscuras se escribe con tinta invisible? ¿Es verdad que en el hormiguero los sueños son obligatorios? ¿Y cómo saber cuál es Dios entre los dioses de Calcuta? Cuando el preso piensa en la luz, ¿es la misma que te ilumina? ¿Quién puede convencer al mar para que sea razonable? ¿Hay algo más triste en el mundo que un tren inmóvil en la lluvia? ¿Por qué no ataca el tiburón a las impávidas sirenas?

Entre los muchos interrogantes que pudo tener en vida el poeta Pablo Neruda, dejó escrita una serie de preguntas que fueron publicadas bajo el nombre Libro de las preguntas. Una obra póstuma –a la que pertenecen estas que he seleccionado, quizá por su semejanza con aquellas que me rondan a mí misma– que recoge las particulares inquietudes de un Neruda que, como todos los hombres que persiguen una revelación, comenzó por cuestionar lo elemental o lo cotidiano. Preguntas que todo Ser sentipensante estaría obligado a hacerse, y que más que buscar respuestas intentan buscar alivio.

La pregunta es una especie de GPS primitivo, un aparato que nos ayuda a comprender en dónde estamos parados. Yo, que lo enciendo diariamente, no dejo de preguntarme cuál sería la circunstancia que condujo a formular la primera de ellas. ¿Una demanda?, ¿una duda?, ¿un desamor?, ¿una sorpresa?, ¿una traición? ¿De qué sensibilidad surgiría la grandiosa idea de transformar una secuencia de palabras en una interrogación? ¿A quién se le ocurriría otorgarles a esos dos signos potestad para exigir una respuesta? ¿Qué sería de la humanidad si ellos no existieran? ¿Podrían existir la ciencia, las objeciones, los matrimonios, los divorcios, los referendos, las profesiones, las preferencias sexuales o religiosas? No lo creo. De no ser por las preguntas viviríamos en un mundo de afirmaciones y negaciones que resultaría caótico, sin embargo, preguntar, y especialmente preguntarse, conlleva el enorme riesgo de encontrar una respuesta contraria a nuestros deseos.

Pero urgen las preguntas en torno a una problemática vergonzosa. Tanto las cifras, como los hechos que registran las noticias, muestran que ese instinto bárbaro que aflora en los hombres puede llegar a límites mortíferos, y que, a pesar de las políticas oficiales, la agresión contra la mujer aumenta desmedidamente en todas las esferas sociales y económicas del país. De manera que, mujeres: si al brutal, ansioso, incontrolable, prejuicioso, acomplejado y peligroso elemento masculino que tenemos disponible para conservar la especie no hay manera de cambiarlo, la solución no es conseguir su equivalente en internet, ni experimentar en otros equipos. Hay que hacerse una pregunta seria sobre aquello que seguimos permitiendo, y es imperioso que en la respuesta no se involucre el amor. Elaborar una pregunta que genere una legión de respuestas sorprendentes; una pregunta ingeniosa a la manera de Neruda: ¿Por qué no ataca el tiburón a las impávidas sirenas?

berthicaramos@gmail.com

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