El trasero en el siglo XXI
A juzgar por el realce evidente y descarado —posición y Photoshop— las posaderas o nalgatorio femenino constituyen el máximo estímulo y apasionado atractivo para los hombres y, también, cómo no, de las mujeres, quienes se someten en gran número al agrandamiento y levante de sus nalgas. Lejos quedaron los atractivos de personalidad, el concepto de belleza inherente a la juventud (frescura, tersura, aspecto saludable y rostro equilibrado). No escribo inteligencia, tolerancia, empatía, finura ni modales, porque eso siempre queda para después del matrimonio, como exigencia absoluta y comportamiento obligatorio para la señora de, a pesar de que la elección se realiza con base en lo físico, la química sexual, el corrientazo voluptuoso y, no menos importante, la envidia y el deseo que despierte ‘el bollazo’ entre los amigos. Aclaro que muchísimos arrancan enfocados en el trasero respingón y notorio y terminan casados por amansamiento, y ahítos de promontorios y vacuidad terminan en segundas nupcias con una buena vieja amiga, mientras otros, pocos, salen del clóset. Creo que hay una interesante relación entre homosexualidad reprimida y la exuberancia trasera de las acompañantes, aunque no la tengo por regla general.
Pero lo que interesa es el trasero en sí mismo. Cierto que es una parte muy llamativa y atractiva en hombres y mujeres y que su potenciación como plus en la sociedad occidental es evidente: lo usan para vender desde cuchillas de afeitar hasta carros de alta gama, inalcanzables para la mayoría, pasando por desodorantes, cuadernos escolares y, para remate, bebidas alcohólicas cuyo efecto inmediato es la desinhibición y soltada de frenos eróticos en quien consume. Los hombres impusieron las nalgas como la guinda del pudín y las mujeres corrimos a buscar todas las formas de alcanzar ese ideal.
Así, en el siglo XXI donde algunos gritamos que la igualdad es imparable y señalamos las desigualdades de género a todo nivel en la sociedad, la mayoría femenina sigue como manada los dictados masculinos para vestirse, arreglarse el cabello, maquillarse o decorar sus casas; ¿o acaso no son mayoría los hombres en esos oficios para las señoras? Hasta en eso las mujeres estamos en manos del gusto de los hombres. Y como colofón, vea usted, las antesalas de los cirujanos plásticos que he visitado siempre estaban llenas de parejas, donde el marido escogía el tamaño del implante de senos y nalgas. ¿Divina obsesión?
Ahora bien, si me zambullo en la historia y alcanzo a los griegos y los romanos, encontramos a una humanidad perfectamente bisexual, que solo las religiones unicistas transformaron en pecaminosa y sucia, como forma de controlar a las masas y definir los nuevos roles sociales, donde la mujer descendió al nivel de los esclavos obligada a todo sometimiento, ignorancia y oscuridad. Y también fueron hombres los grandes autores de los libros sacros. De donde me permito concluir que esa exagerada relevancia al promontorio trasero podría ser una reminiscencia genética de aquellos tiempos.
Losalcas@hotmail.com
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