El Heraldo

El río Magdalena es la esperanza (I)

A propósito de la terrible sequía que padece el Caribe colombiano, ha vuelto a mi mente una imagen recurrente de los últimos 15 años de mis 36 de vida: el río Magdalena. Todos sabemos, de manera consciente o inconsciente, que este es nuestra principal arteria fluvial, nuestro proveedor por excelencia del líquido vital, el drenaje de todas las aguas servidas y alimentador de gran parte de los campos cultivables y demás territorios rurales y urbanos de la geografía nacional.

El río Magdalena es el reflejo de nuestra sociedad, de nosotros mismos, de lo que somos y no hemos podido ser. Nos vemos todo el tiempo en el espejo de sus oscuras aguas: una inmensa potencialidad, un derroche de riquezas y de posibilidades, totalmente abandonadas por gobiernos que no han tenido claro qué se debe hacer para intervenirlo y sacarlo adelante.

La clase empresarial también ha sido inferior a sus responsabilidades, pues voltea a mirar hacia el más importante de los ríos del país, más por moda y conveniencia que por compromiso en su desarrollo. La sociedad no se queda atrás en su cuota de responsabilidad: la gente no se cansa de castigarlo, contaminarlo y desestabilizarlo.

La ignorancia y la falta de educación adecuada es la principal causa del mayor problema de Colombia: la pobreza (cerca del 70% de los colombianos son pobres). Paradójicamente es la misma causa del atraso, rezago y caos de nuestro más grande tesoro, que es el río Magdalena. Desconocemos su historia, su curso, su comportamiento, e ignoramos qué obras son las que necesita para adecuarlo al progreso, a la navegación; no se han identificado los sectores propios para cada unidad productiva de negocio, tampoco cuáles deben ser los equipos por utilizar para aprovechar su potencialidad al máximo, dónde ubicar los puertos y los puentes que lo atraviesen, etcétera.

Una parte importante del país literalmente muere de sed y es la hora en que no se ha pensado (y mucho menos construido) en los canales de riego que lleven agua desde el río Magdalena al campo colombiano; tampoco se han planeado represas gigantes en su delta, que retengan el agua por más tiempo en el continente para que esta no sea arrojada inmediatamente al mar, alterando con ello el ciclo del agua.

Se requiere con urgencia una gran represa que almacene las aguas del principal río de Colombia, para que sean fuente de energía, de alimento y, ¿por qué no?, atracciones turísticas. Solo hay una represa al comienzo del recorrido del principal río del país: Betania, en el departamento del Huila. ¡No hay derecho!

Las sabanas de los departamentos de Sucre y Córdoba carecen de agua dulce para sus campos y ciudades. Es inaudito que en estos tiempos Sincelejo obtenga el agua que necesita de un pozo de más de 3 kilómetros de profundidad, que solo alcanza para menos de la mitad de la población, y es insuficiente para regar sus productivas tierras, cuando el Magdalena está apenas a algo más de 50 kilómetros. Bastaría con un canal de riego para gozar del precioso líquido sin restricciones. El desastre se repite en Santa Marta y todas las ciudades y regiones de la Costa norte colombiana.

Lo cierto es que hoy tenemos media Colombia sin agua y la otra inundada por la falta de represas y canales que retengan y distribuyan las aguas del Magdalena.

Cuando pienso en el río Magdalena, inmediatamente se despiertan en mí sentimientos de esperanza, entendiendo como tal la necesidad y la obligación moral que tenemos todos los colombianos de esperar un mejor futuro, para esta patria tan sufrida.

La ñapa I: De acuerdo con el fiscal Montealegre: los beneficios que se le otorgue a la guerrilla deben ser reconocidos a todos los actores del conflicto, incluyendo a los miembros de la Fuerza Pública.

La ñapa II: Name y Amín, políticos costeños, presidentes del Senado y de la Cámara, respectivamente. ¡A trabajar duro y con compromiso, señores!

abdelaespriella@lawyersenterprise.com

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