El problema fundamental
Explorando las más recientes innovaciones tecnológicas asociadas a la disciplina de la arquitectura, en cuanto a las facilidades informáticas para el diseño y los procesos constructivos, resulta cada vez más evidente que en la actualidad las posibilidades formales son casi infinitas. Actualmente es posible comprobar que ya no existen límites técnicos para las experimentaciones y que no hay nada que se pueda considerar impracticable; las máquinas, diseñadoras, fabricadoras, se encargarán de facilitar todo de maneras jamás sospechadas.
Para los arquitectos, entre quienes hay que reconocer una tendencia a contar con egos desmedidos, semejantes posibilidades suponen un escenario soñado: podrán hacer posible lo hasta entonces imposible, así, los caprichos individuales se materializarán para generar formas de audacias y contenidos nunca vistos; el límite quizá lo impondrán los presupuestos o la cobardía estética de los promotores de los proyectos, nada que una buena presentación y un aplicado ejercicio de relaciones públicas no pueda solucionar.
Lo anterior debe invitar a extremar las precauciones, entendiendo que esas facilidades que ofrece la tecnología pueden llevar a proponer exageraciones creativas que, en muchos casos, se harán porque son posibles y no porque en realidad sea lo más aconsejable. Calatrava, Gehry y muchos más han caído en esta trampa, son traicionados por las nuevas libertades tecnológicas y sus creaciones terminan siendo pesadillas logísticas que atormentan a los responsables de su mantenimiento, o peor aún, directamente fracasan inclusive en sus objetivos funcionales.
Siendo precavido ante estas posibilidades, coincido desde hace mucho tiempo con una posición más consecuente del ejercicio de la arquitectura, una postura en la que debe entenderse que quizá el principal problema al que se ha enfrentado, el problema fundamental: brindar cobijo a las personas, está aún esperando una solución mucho más universal.
Un estudio del BID, publicado hace ya casi un par de años, revelaba que en América Latina el porcentaje de familias que no contaban con un techo para vivir o que habitan en viviendas de mala calidad varía desde un alarmante 78% en Nicaragua hasta un poco tranquilizador 18% en Costa Rica. En Colombia la cifra alcanza un 37%. La tarea está lejos de concluir y debería ocupar a nuestros profesionales con mucha más frecuencia, hay que reconocer que necesitamos menos audacia y más practicidad, menos proyectos “revisteros” y más proyectos que solucionen los grandes problemas de habitabilidad a los que la sociedad está aún sometida.
Es una paradoja, podemos hacer museos forrados en láminas de aleaciones fantásticas, pero no hemos sido capaces de lograr innovaciones tecnológicas significativas para lo fundamental; la tecnología en ciertos casos, mal entendida e interpretada, nos está alejando de lo que debería ser nuestra principal preocupación. Evitar esto es una labor que debe acometerse desde las escuelas de arquitectura, la sensibilidad social debe dejar de ser un lema que vende y conmueve para asumirla y practicarla, comprendiendo que quizá el mejor arquitecto es quien logra ofrecer soluciones verdaderamente dignas a los más necesitados.
moreno.slagter@yahoo.com
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