El Heraldo

El prejuicio

Ya sea por la formación profesional recibida o por un impulso vital adquirido y desarrollado, se me torna imprescindible el tratar de estar informado. Son muchos y continuados los momentos del día en que me tomo eso que llaman ‘pausa activa’ para, y gracias a la tecnología y la red, buscar noticias. A veces me alcanza el tiempo para apenas detenerme en titulares y las primeras líneas, lo que resulta suficiente para trazarme un panorama general de lo que está pasando en el entorno y procurar, cuando haya tiempo al final del día, profundizar en lo que me interese más. El asunto no se queda en la noticia inmediata, y se extrapola a reportajes, crónicas y columnas de opinión. Esta pulsión la ‘sufren’ mis alumnos. Ellos me entienden.

El mismo entorno digital ha permitido que el espectador/lector/oyente/usuario de esta información acceda a la posibilidad de expresarse sobre lo que recibe. Foros del lector, ventanas de comentarios y redes sociales, entre otras cosas, se llenan y hasta colapsan con las opiniones que en uso de su libre albedrío tienen a bien compartir quienes acceden a la citada información. Como se ha dicho en este mismo espacio en no pocas ocasiones anteriores, la libertad de expresión es un derecho fundamental cuya defensa y respeto es indicador de la madurez que una sociedad alcanza; madurez de la que también es indicador la tolerancia y el respeto con que esa libertad de expresión se ejerza.

Y allí se deja caer la mirada sobre el tono y las formas de los comentarios u opiniones de quienes leen, escuchan o ven. En peligrosa mayoría, tolerancia y respeto se minimizan para dar paso a cascadas de improperios basados en prejuicios y ataques a la persona antes que en el debate al argumento. Referirse al color de piel, preferencia sexual, raza, región geográfica o el nivel de ingresos sirve como escape a la nula reflexión. La libertad de expresión se termina por confundir con libertad de agresión en detrimento de la posibilidad de confrontar opiniones y discurrir consensos. Así no hay democracia que se fortalezca.

Y todos alguna vez, así sea en forma de chiste malo, dejamos ver el prejuicio y la falta de tolerancia. Usted, yo, todos. Se la ‘montamos’ al cachaco porque es cachaco, “ese” o “esa” dice lo que dice porque es gay,  si no la embarra a la entrada la embarra a la salida… Así la vamos pasando y lo vamos pasando. Esa falta de tolerancia se volvió epidemia con la que se convive.

Nos falta mucho. El asunto no pasa por presumir de promover y respetar la libertad de expresión. El asunto pasa por entender su importancia y saber usarla sin que sea el prejuicio la guía de los argumentos. Cuando eso pasa argumentos no hay, y libertad, menos. A ver si nos tomamos unos segundos antes de dejarnos en evidencia.

Preguntita final al margen: Va más de un año, quedan menos de tres, y aún no saben qué hacer con el Coliseo Humberto Perea con miras a los cacareados Juegos Centroamericanos. A la foto de la celebración en México se pegaron muchos que ahora no aparecen. De Coldeportes dicen, otra vez, que no han recibido estudios previos. Esto ya tiene pinta de acabar en parapeto. Don Pedro, díganos algo…

asf1904@yahoo.com
@alfredosabbagh

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