El Heraldo

El pito

Medir o no medir el pito, esa es la pregunta. La frase pretende parafrasear a Hamlet. O creer que se busca determinar la longitud de una parte importante del cuerpo masculino. Mas no. Se trata de la medición del ruido cada vez más agobiante y disparador de neurosis de una ciudad que ha llegado al límite de la intolerancia, la mala educación y el irrespeto por el otro.

El uso desmedido del pito o corneta de los vehículos en Barranquilla es una agresión constante a la ciudadanía. Es, inclusive, una forma de agredirse por parte de quien sin ningún control oprime un botón con la ignorante y tonta pretensión de empujar una larga fila de carros a punta de altos decibeles.

No se sabe de dónde sale la absurda idea de que el sonido agudo de una bocina tenga la facultad de resolver un nudo en el tráfico.

Aquí, en esta ciudad, que se elogia a sí misma de ser la capital del TLC, la mejor esquina de Suramérica, el mejor vividero del mundo y otras tantas frases corporativas de autobombo, la tolerancia está a ras de piso. Por lo pronto, y bien evidente, es que somos la capital del desorden. Y si es cierto que le cabe responsabilidad a las autoridades, el problema es de la gente. De la gente común y corriente.

Cómo se explica que damas y caballeros aparentemente bien puestos conduzcan lujosos carros que atropellan con el pito. Deberían tener autos menos lujosos y más educación. Paralelamente está el gremio de taxistas. En su mayoría desempleados que no tienen vocación de ese respetable oficio. Van zigzagueando por las vías en búsqueda desesperada del pasajero, y por supuesto, pitando por doquier. El nivel máximo de decibeles es de 60, pero aquí sobrepasamos el 65, y de ahí en adelante.

El eslogan barranquillero parece ser “primero yo”. No importa lo que pase, ni cómo pase. No importa si se afecta a los demás. Se trata de sobrevivir en la jungla de asfalto y carros, rompiendo todas las leyes de sana convivencia.

No solo es un asunto de quienes vivimos o somos de aquí. En toda la costa Caribe el uso del pito indiscriminado es una constante.

Otra cosa pasa en el interior del país. Un ejemplo a seguir del manejo del ruido es el de la Corporación para la Defensa de la Meseta de Bucaramanga, que controla el ruido con severidad santandereana. Esa entidad instala medidores en sectores considerados críticos e impone multas con rigor a quien falte a las normas del medio ambiente. Si bien caben los recursos contra las sanciones, casi siempre son confirmadas.

Allá no solo hay implacable vigilancia contra el pito de los vehículos, también se le pone el ojo, el oído y la mano inflexible a los resonadores. Es tan implacable la autoridad en este sentido que los almacenes de lujo que venden pitos, equipos de sonidos y otros elementos están obligados a instalarlos al interior de sus locales.

Aquí estamos atrasados. Es urgente iniciar pronto una verdadera cruzada contra el uso desmedido del pito en las vías de Barranquilla.

La contaminación auditiva rompe todos los parámetros en La Arenosa. No hay derecho a que la ciudad crezca presuntuosa en negocios y construcción y se pauperice indiferente en respeto y educación.

mendietahumberto@gmail.com

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