El peso de las palabras
“Cuide sus palabras” parece una recomendación centenarista, de esas que se usaban en tiempos regidos por la urbanidad de Carreño. Entonces habría resultado insoportable oír insultos en boca de un presidente, de un expresidente, o de un procurador, sin embargo se encarecía el uso de un vocabulario digno.
También hoy resulta insoportable y peligroso el uso del lenguaje insultante. ¿Ñoñez acaso?, ¿regreso a viejas maneras, cuando el mundo era más pequeño y aldeano?, ¿y más estrecho?
En aquellos tiempos el poder de la palabra estaba limitado por el tiempo y el espacio. Por ejemplo, la distancia entre los hechos y las palabras que los contaban a las audiencias podía ser de meses. La Revolución francesa se conoció tres meses después en Santa Fe; dada la distancia entre París y la capital colombiana, y la lentitud de los barcos que traían la noticia. El espacio y el tiempo limitaban el poder de la palabra. Hoy el medio digital casi ha suprimido esas dos limitaciones de modo que las audiencias de las palabras crecen y su difusión es instantánea. La palabra desarrolla un poder que nunca se le había conocido. Lo sensato sería que a más poder, mayor responsabilidad en su manejo, como ocurre con las armas y materiales con alto poder de destrucción. Pero la sensatez es menos común que los nuevos modelos de tabletas y de celulares.
Mientras estos aumentan con velocidad de vértigo, la responsabilidad para usarlos es ciega y coja. Abra usted el buzón de comentarios en los punto com de los periódicos, o de Semana, o de La silla vacía, o de Las dos orillas, etc. y asistirá a un espectáculo de mal gusto: inteligencia escasa, abundancia de adjetivos insultantes, descalificadores, difamantes y burdos con que los foristas pretenden disimular su talento escaso y su pobre capacidad crítica.
Pero aunque molesto y a veces repugnante, este espectáculo es explicable; como niños con juguete nuevo, estos nativos digitales aún no asimilan la novedad ni el inesperado poder que la nueva tecnología les infunde a sus palabras.
En cambio no es explicable ese intercambio de agravios entre el presidente, el expresidente y el procurador. Mientras de Alfonso X se podía decir que creó un imperio con las palabras, el suyo fue un imperio de pergamino, el presidente Santos, el expresidente Uribe y el procurador Ordóñez, trenzados en una batalla de agravios, destruyen la esperanza y la respetabilidad de una nación, necesitada como nunca de buen juicio y de haceres magnánimos.
¿Qué nos está pasando? ¿Las tensiones generadas por la pugna política, las frustraciones de estos personajes, el clima espiritual de un país a la expectativa, están resonando negativos en el lenguaje?
“Por la fabla se conocen los más de los corazones”, escribía Juan Ruiz en el Libro del buen amor, hace centenares de años, y es lo que hoy queda en evidencia ante las ordinarieces con que el senador Gaviria injuria a la ministra de Educación..
Al principio pareció un truco propagandístico de las Fuerzas Armadas cuando llamaron a los guerrilleros cuadrilleros, bandidos y terroristas; o de los guerrilleros cuando llamaron chulos a los soldados, pero las palabras tienen un dinamismo que puede construir o destruir, y más que un truco esos abusos verbales son atentados.
Al pedir un desescalamiento del lenguaje como paso necesario para crear un clima propicio para la paz, el presidente Santos parece ser consciente de que a las palabras no se las lleva el viento y son un factor de peso para la paz o para la guerra.
jrestrep1@ gmail.com
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