Las recientes fotos del papa Francisco sonriente, abrazado por un espontáneo y amoroso niño colombiano, durante una homilía suya en la abarrotada Plaza de San Pedro, sintetizan la renovada imagen que ha adquirido en pocos meses la figura del representante de Dios en la Tierra.

No sé si Benedicto XVI, alias Ratzinger, renunció por razones de salud o fue desterrado a una especie de Gulag por sus pecados o por la pésima imagen que había adquirido, pero en el breve tiempo que lleva en su cargo, este padre jesuita, el argentino Jorge Bergoglio, ha proyectado la figura de un papa distinto, cariñoso, solidario con las causas de los pobres y demás excluidos.

Francisco ha convocado a los hombres como instrumentos de creación, no de destrucción. Para él, cambiar al planeta es volverlo a hacer. “Este es un mundo salvaje que no da trabajo, que no ayuda, al que no le importa si hay niños que mueren de hambre, si hay familias que no tienen qué comer ni la dignidad de llevar el pan a casa, si hay gente que huye de la esclavitud, del hambre, que busca la libertad y encuentra a veces la muerte…”.

El gran sacerdote, que cambió al tradicional papamóvil por el viejo Renault 4, regalo de un cura veronés, acaba de apartar de su cargo a Franz-Peter Tebartz-van Elst, obispo de Limburg, Alemania, investigado por gastar cerca de 40 millones de euros en la construcción de su residencia, en lugar de los 5.5 millones anunciados.

La cruzada de Francisco no parece significar apenas una refacción cosmética a la imagen del Vaticano sino una profunda reforma. Él mismo acaba de promulgar una ley de prevención de actividades ilegales monetarias en el seno de la Iglesia, para evitar así el lavado de dinero, la financiación del terrorismo y la proliferación de armamentos.

Hace unas semanas, este papa prometió  bautizar al bebé de Anna Romano, una madre soltera que decidió tener a su hijo tras haber sido abandonada por su compañero. Para verificar la promesa papal a la mujer, un periodista llamó por teléfono al Vaticano, donde obtuvo respuesta del portavoz Federico Lombardi: “Sobre esas llamadas no sabemos nada. Se trata de cosas privadas que solo decide él. No nos avisa si quiere llamar a alguien. No nos dice nada”.

A propósito, el papa Francisco no se ha olvidado del Diablo que, en sus propias palabras, “trata de crear una guerra civil interna y espiritual, que no se hace con armas conocidas sino con lengua”.

El sumo pontífice se refiere a los curas chismosos del Vaticano. “Nunca debemos hablar mal uno del otro, nunca abrir los oídos a los chismorreos”. Francisco pide ayuda tanto a san Miguel Arcángel como a los gendarmes de la ciudadela pontificia. “Es necesario frenar cualquier chascarrillo. Cuando vean un comportamiento así, díganles: ‘Aquí no se puede. Salga por la puerta de Santa Ana, vaya afuera y chismosee allí”.

Para el papa, el chisme debe convertirse en una lengua prohibida del Vaticano. Días atrás había puntualizado en otra de sus intervenciones: “Antes de chismosear, un cristiano debe morderse la lengua. Le hará bien porque la lengua se hincha y así no podrá hablar, ni chismosear".

Para solucionar los problemas del mundo, la voluntad, según Francisco, cuenta mucho. "Basta con llamar a la puerta y decir: Estoy aquí. ¿Cómo puedo ayudar?".

Hasta ateos como Bill Maher lo adoran. Si sigue así de magnífico, este papa hará por lo menos que muchos católicos retornen a su Iglesia. Yo, desde aquí, seguiré enterándome de sus aventuras y rezaré por él.