El nuevo fiscal
Es muy probable que al publicarse esta columna ya esté escogido el nuevo Fiscal General de la Nación por parte de la Corte Suprema de Justicia, de una terna impecable en todo sentido, presentada por el presidente Santos, como era su obligación constitucional. Como muy pocas veces antes, los tres juristas que conforman la terna, o la conformaron, dos caballeros y una dama, tienen una hoja de vida transparente, fortalecida en la sapiencia jurídica, pero además, curtida en la hermenéutica del Derecho. Como ciudadanos han llevado una vida personal y profesional sin tacha que enorgullece al país. Quien sea escogido o lo fue, garantiza que uno de los primeros más altos cargos del Estado será desempeñado con lujo de competencia.
El país acaba de pasar por un periodo lamentable y definitivamente mediocre con el pasado fiscal. El señor Montealegre fue quizás, en los últimos veinticinco años, para solo tomar como referencia la reforma constitucional de 1991, el peor fiscal general que hemos sufrido. Su actuación fue tan desastrosa que, a lo último, ya parecía un acto cantinflesco su actitud desesperada por dejar una huella o una impronta que lo recordara. Si no hubiésemos tenido de vicefiscal al doctor Perdomo, que estuvo hasta último momento con gran opción de ascender, este sí un gran jurista dedicado a su oficio con altísimo grado de responsabilidad, quizás la institucionalidad del país se habría agrietado bastante.
Perdomo hizo lo posible por mantener la categoría y, sobre todo, las funciones esenciales de la Fiscalía, ante los desafueros del señor Montealegre. Era como un dique de contención que luchaba por acantonar los tremendos errores de su superior, dedicado a todo lo que no fuese su función vital en el cargo: entró en la política cuantas veces le dio la gana; salió de ella y volvió a entrar cuando la pasión del inmediatismo informático le picaba, que era semanalmente. Hizo politiquería sucia, enredó los procesos grandes en su despacho, opinó sobre lo divino y lo humano sin que nadie se lo pidiera, metió las narices en todo lo que le provocó, violando tajantemente las funciones que le fijó la Constitución de Colombia. Porque la Carta Magna es muy clara: El fiscal general de la nación es el poder acusador, investigador, sustanciador de los delitos concedidos por las entidades y ciudadanos. No más. Es el Estado mismo representándose en las causas jurídicas. No más. Es el poder jurídico que representa, una soberanía de la Nación cuando se ve lesionada. No más.
Pero, curiosamente, sus jueces naturales nunca lo acusaron y juzgaron. Porque muchos de ellos eran de su propio bolsillo, en fin, todo esto aquí descrito, y nos quedamos cortos, es lo que no puede ser el nuevo fiscal escogido, lo que nunca podrá ser, lo que evitará siempre. ¿Por qué? Para ganarse la confianza de la ciudadanía que se perdió con el señor Montealegre. Y ahora se rumora que el presidente premiará la desfachatez del exfiscal nombrándolo embajador en Alemania. Nada nos extrañaría, porque en materia de desatinos políticos este gobierno se gana todos los trofeos, así como se ha ganado otras medallas en inversión social, infraestructura, vivienda y educación.
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