Recientemente han vuelto a las primeras planas las noticias relacionadas con el proyecto del metro de Bogotá. Han sido tantas las discusiones, discrepancias, opiniones y realidades que rodean este asunto, que resulta difícil establecer en qué estado están las gestiones y determinar una fecha probable para el inicio de sus operaciones, o de hecho asegurar su verdadera construcción. Lo último que escuché al respecto, por parte del gerente de la empresa Metro de Bogotá, es una afirmación estableciendo que en el año 2022 la primera línea estaría operativa. Cuesta mucho creer semejante optimismo e ingenuidad, cuando en Colombia nada se hace a tiempo ni cuesta lo que se promete.
Desconozco con detalle los motivos que hacen que nuestras obras públicas se conviertan siempre en un calvario. Uno siempre sospecha abundancia de corrupción y falta de planeación, pero supongo que cada caso es único. Precisamente en Bogotá hay un ejemplo lamentable, la construcción del denominado deprimido de la Calle 94, una obra compleja pero no especialmente exótica que está en camino de cumplir una década de trabajos sin que se haya concluido. Sorprende tal ineficiencia, tal catálogo de malas prácticas, de improvisación, ramplonería y mala voluntad. Esa experiencia debe servir, espero, para no volvernos a equivocar y no despilfarrar una suma tan importante de dinero como la que se va a invertir en el metro bogotano.
La Nación, es decir todos nosotros, vamos a aportarle casi diez billones de pesos al proyecto. Esto en el caso de que todo salga bien y que no se cometan errores o nos sorprendan imprevistos. El único metro que se ha construido en nuestro país, el de Medellín, sentó un precedente poco alentador con un sobrecosto de entre doscientos y cuatrocientos por ciento, según diferentes versiones. Si esto se llegara a repetir en el proyecto capitalino, creo que habría que vender una porción del territorio nacional o algo así para solventar el enorme hueco presupuestal que supondría. Curiosamente ambos proyectos tienen tramos elevados y ambiciones similares.
Es claro que el metro para Bogotá debió emprenderse hace décadas y que parte del riesgo que enfrenta actualmente se debe a su muy tardía implementación. Ciudades con tamaños comparables desarrollaron sus sistemas de transporte masivo de esa manera, muchas veces cuando rondaban los dos millones de habitantes o inclusive menos. Quizá el ejemplo del metro de Lima es el que más puede parecerse al caso bogotano, aunque ese proyecto demandó más de veinte años para finalizar su primera línea.
Que sea este un llamado para que otras ciudades, incluyendo a Barranquilla, tomen la tortuosa experiencia bogotana como un referente de lo que no se debe hacer. La problemática del transporte público y masivo debe encararse con responsabilidad y previsión. No resulta lógico llegar a incómodos extremos para actuar, hagámoslo mientras aún estamos a tiempo de evitar el colapso.
moreno.slagter@yahoo.com - @Moreno_Slagter
Más Columnas de Opinión
¡A marchar este 21 de abril!
Algunos colombianos manifiestan que las marchas “no sirven para nada” y por esa razón prefieren quedarse en la comodidad de su hogar, a pesar de las evidentes amenazas en el escenario político; otros creemos que son una herramienta participa
Actuar como jauría
Los paisas protestan en gavilla, cual jauría. Les temen, y obligaron a Petro y a sus ministros del sector a echar tremenda reversa y a comprometerse con las inversiones que habían negado para culminar un túnel, obra por la cual armaron tremendo
El malestar
Estamos viviendo tiempos de postverdad, caos, violencias, basta con ver las noticias y con analizar nuestras vidas, para concluir que padecemos la pobreza de no tener tiempo, de estar corriendo tras un mandato planetario de productividad, de estr
El vicio de la lectura
Yo nací en un castillo encantado con un rey, una reina, una princesa y una biblioteca. Desde mi primera infancia, toda mi vida está relacionado con los libros, tengo impregnado en mis fosas nasales el olor de las letras impresas en el papel y lo