En el Día del Médico
No fue nada difícil decidir mi carrera profesional. De niño me creía un doctor, me disfrazaba igual que aquellos tíos que llegaban a mi casa de blanco, que me cargaban en mi casa de Santa Marta, y permitieron que me colgara un fonendoscopio a tan corta edad. Mi hermano mayor me seguía el juego y mis dos hermanas servían muchas veces de pacientes, para dejarme disparar la creencia que siempre que las atendía las curaba. La felicidad me acompañó logrando ingresar a la Universidad de Antioquia, adonde volvería si me repitieran los años. Allí, aprendí a reconocer el sufrimiento de los demás, con una pléyade de profesores de alta calidad humana, conocimientos y experiencia, en un hospital, como el San Vicente de Paul, ejemplo en Colombia, por su gran labor social y apoyo a las clases más necesitadas, pero incluyendo también a ricos y potentados. Su estilo europeo, todavía permite la entretención y el sosiego de aquellos que soportan el peso de la enfermedad, los pacientes deambulan, con sus respectivas restriccio
nes, alrededor de sus jardines, y la gran fuente central. Mi regreso primero al Hospital San Cristóbal de Ciénaga, y después al San Juan de Dios en Santa Marta fue muy triste, mi padre lleno de orgullo e ilusiones, falleció un mes antes de terminar mi profesión.
La fatalidad no ha estado lejos de mi vida, quise alejarla con mis conocimientos, por eso me hice especialista, pero estaba equivocado, lo que pasa es lo que va a pasar, y es siempre lo mejor, porque para que pase necesitamos estar vivos, y eso nos obliga a superarnos. Los sentimientos de tristeza son solo equilibrados cuando nos llega la alegría, solo que el dolor, por la pérdida total que siempre queda, debe ser amortiguado por la felicidad, la situación que inspira el motivo para una estancia pródiga y saludable. El diario vivir del médico, de total dedicación a sus pacientes, está envuelto entre muchos triunfos y decepciones. El gran esfuerzo es presentarse ante los pacientes como verdadera tabla de salvación, y mostrarnos siempre positivos, clave para lograr cambios puntuales en quienes nos buscan. Escogimos la ciencia de la medicina, para las explicaciones, con conocimientos profundos, con largas horas de estudio y de trabajo. Luchamos por el bienestar de los pacientes, sin distingos de raza, de estatu
s económico, género, o situaciones de riesgo para nuestra propia integridad. Para los médicos, el tiempo no tiene límites, las distancias tampoco, el idioma, las religiones, los conflictos, las guerras y las discriminaciones políticas y sociales no existen cuando se trata de salvar una vida.
Mientras tanto, la humanidad ya no reconoce a quienes mantenemos vivos, fortalecemos, o resucitamos a una gran parte de pacientes; la justicia ha sido implacable ante los errores médicos, las organizaciones de salud ya no necesitan de personal bien preparado, sino subordinado, y el servicio humanitario está orientado a ganancias financieras, y al aprovechamiento o retribución del trabajo de aquel que como profesional vive de un trabajo digno, el cual, muchas veces, no es reconocido.
El Sistema de Salud nos menciona para responsabilizarnos del colapso de hace mucho tiempo, de EPS e IPS quebradas, hospitales cerrados, del mal trato de pacientes, que cuando difícilmente consiguen acceso, tienen un mal desenlace. Esto, desde cuando los grandes empresarios se apoderaron del negocio de la salud, sacados de los bolsillos de los contribuyentes, para el cual el médico no es sino el facilitador de los procesos, o el victimario, responsable de los fracasos, y de la permanencia de enfermedades controlables.
Reestructurar los recursos, cuidar de ellos es fundamental, pero no tener en cuenta al gremio médico, y el reclamo de la comunidad, es equivocado. ¿Es este el médico que nos merecemos?
Feliz día, colegas, que Dios nos proteja.
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